El milagro croata
El repentino surgimiento de una "nueva Nación"
Velimir Radnic, Buenos Aires
(tercera parte)
Los vecinos de Croacia
Los vecinos
tienen un rol muy importante en la vida de las naciones. Ellos se rechazan,
pero también se imitan; se odian o se toleran; casi nunca se aman.
Italia
Como ya mencioné,
la posesión veneciana de una gran parte de nuestra costa adriática, si bien
mantuvo a Dalmacia casi 400 años separada de Croacia, no tuvo consecuencias
fatales.
Lo difícil, lo
trágico para Croacia, empieza cuando Italia logra unificarse e incorporar
prácticamente todas las tierras habitadas por los italianos. Este éxito subió a
la cabeza de ciertos círculos intelectuales y políticos, quienes empezaron a
soñar con el resurgimiento del Imperio Romano.
Estas ambiciones
superaban por lejos las fuerzas reales de Italia. Los nacionalistas, luego los
fascistas, no querían ver un hecho histórico, económico y social: el peso
político mundial se había trasladado, hacía varios siglos, del Mediterráneo a
las costas del Océano Atlántico: Inglaterra, Francia, Alemania, luego Estado
Unidos, son el nuevo centro del mundo. En esta constelación, Italia se había
convertido en una provincia de Occidente.
Desconsiderando
por completo este fenómeno, las ambiciones imperialistas italianas se extendían
desde las malogradas posesiones coloniales en Africa hasta las tierras pobladas
por croatas, eslovenos, austríacos e, inclusive, a Niza, Mónaco, Saboya,
Córcega que habían sido cedidas a Francia por su ayuda en la guerra de
independencia. Por no tener la fuerza propia suficiente, los gobiernos
italianos tuvieron que recurrir a las "combinaciones"
internacionales: abandonando a sus aliadas potencias centrales de la Primera
Guerra Mundial o juntándose con la Alemania hitleriana en la Segunda. En ningún
caso pudieron realizar lo irrealizable.
Para Croacia esta
política fue fatalmente perniciosa en la Primera Guerra Mundial. Los Aliados
-Inglaterra, Rusia, Francia- ofrecieron "generosamente" a Italia una
parte importante de Dalmacia, si abandonaba sus aliadas Alemania y Austria para
entrar en la guerra junto a ellos. Fue el Pacto de Londres por el cual Italia
hizo la "volta face" y declaró la guerra a sus aliados de ayer.
Considero fatal
este episodio: dió un argumento de peso real a los eslavófilos de Croacia para
que -al derrumbarse la Monarquía en 1918- Croacia ofreciera sin condiciones la
corona a la dinastía serbia de los Karadjordjevic. Es discutible si este acto
fue realmente imprescindible para salvar a Dalmacia, o si fue una reación
irracional de los eslavófilos croatas. Pero no hay duda de que la unión no se
hubiera consumado tan apurada e incondicionalmente de no haber existido el
temor al Pacto de Londres.
Al hablar de
Italia creo útil advertir sobre un fenómeno que, a mi entender, demuestra
claramente que la mentalidad, la experiencia histórica y la cultura (en sentido
amplio) son elementos mucho más importantes que el idioma para la homogeneidad
de una nación. En Italia los elementos comunes son el idioma oficial -el
toscano fue aceptado unánimemente por todas las regiones- y el recuerdo del
milenario imperio, cuando Roma fue el centro del mundo. Este pasado es motivo
de un legítimo orgullo nacional.
Pero desde el
siglo V en Italia se forma una variedad de reinos y ducados que durante 1400
años habrían de pelear entre sí, aliándose muchas veces con fuerzas
extranjeras. Mientras las repúblicas, los ducados o reinados del norte y del
centro se desarrollan con cierto espíritu democrático, de crítica pero también
de responsabilidad cívica, la población del sur, desde los Estados Pontificios
hacia abajo, nunca tuvo la oportunidad de opinar o de protestar por los actos
de sus gobernantes. Esta sumisión produjo cierto letargo en la vida pública,
cosa que diferencia fuertemente al Sur del espíritu emprendedor y trabajador
del Norte.
Las diferencias
del carácter causaron animosidades casi desde el principio de la unión para
convertirse, con el tiempo, en abierta enemistad. Presenciamos en nuestros días
la formación de un importante movimiento que exige la federalización, inclusive
la separación total del Sur. Lo sorprendente es que se desconsidera por
completo la enorme contribución del Sur las artes italianas: música, letras,
pintura, etc. que es parte del tesoro cultural de toda Italia.
Creo que este
ejemplo se puede traer a colación para demostrar lo erróneo de la idea
yugoslava, que se basaba exclusivamente en la semejanza del idioma.
Eslovenia
Aunque son los
vecinos más cercanos, su historia fue muy distinta a la de Croacia.
Pero por
pertenecer culturalmente al mismo Occidente europeo nunca hubo problemas
vitales entre ambas naciones. Al producirse el "despertar nacional"
en el siglo XIX, Eslovenia caminó paralelamente con Croacia. Hubo momentos de
choques políticos al comienzo de la unión yugoslava, pero, al empezar el
salvajismo nacionalista serbio en Kosovo y Vojvodina (1986/7), Eslovenia se le
opuso enérgicamente. Esta solicitud la llevó finalmente a proclamar, y defender
con armas, su independencia estatal al mismo tiempo que Croacia.
Austria
Fue muy odiada en
ciertas épocas de la historia croata, pero una mirada retrospectiva y
desapasionada demuestra, a mi ver, que los Habsburgo no tocaron la esencia del
ser nacional. La germanización que se trató de imponer, especialmente entre los
años 1850/1860, fue más por una conveniencia administrativa, buscándose una
mayor eficiencia, que por motivos de expansión nacional austríaca. Los
Habsgurgo, por supuesto, trataron de mantener sus tierras, su imperio. Pero no
hubo persecuciones nacionales como las emprendidas por el fascismo en Istria o
por los soviéticos en los países bálticos.
Sin embargo, en
una oportunidad de nuestra historia los Habsburgo nos hicieron un daño
terrible, casi irreparable, que retardó mucho la independencia de Croacia: La
ayuda contra el Imperio Otomano, a la cual los Habsburgo se comprometieron al
ser elegidos reyes de Croacia, resultó escasa e insuficiente. Especialmente
cuando empezaron a usar para sus rencillas en el oeste europeo las tropas
movilizadas en las fronteras con Bosnia. Esto provocó una gran descontento
entre los nobles croatas y húngaros que, cansados y sobrecargados de las
exigencias militares, decidieron entrar en negociaciones con Estambul. Su
objetivo habría sido obtener un status parecido al de los nobles de
Transilvania o sea pagando una contribución, sin ser vasallos. Las
negociaciones las dirigían los jefes de las dos importantes familias nobles
croatas: conde Pedro Zrinski y su cuñado, el conde Krsto Frankopan. Pero en su
vacilación de comprometerse con los infieles cometieron el error de tratar de
obtener, nuevamente, de su soberano legal una ayuda más efectiva contra la
amenaza turca. Con esto en mente, y tras obtener el "salvoconducto"
del emperador, se fueron a Viena (1671). Al pasar la frontera fueron
arrestados, acusados de alta traición y ejecutados. Todos sus bienes -enormes
extensiones de tierra, castillos, fortalezas, palacios, armas, muebles y
objetos de arte- fueron requisados, llevados a Viena o distribuidos entre los
súbditos fieles: generalmente nobles de origen austríaco, checo, etc.
Este episodio no
fue novedad para la Europa de aquella época. La lucha feroz entre los reyes y
los señores feudales estaba al orden del día. Pero en nuestro caso fue
catastrófico porque Croacia perdió dos familias que, siendo de origen croata,
hubieran defendido los derechos y los intereses de Croacia también en la época
nacionalista, como lo hacían los nobles húngaros. La aniquilación de las
familias Zrinski y Frankopan debilitó a Croacia enormemente en un momento
crucial. Como ya mencionamos, treinta años más tarde se produce la campaña
militar del príncipe Eugenio de Saboya y empieza el debilitamiento del Imperio
Otomano. La presencia de estas dos familias, de gran poder económico y alto
nivel cultural, hubiera fortificado mucho la posición de Croacia y asegurado su
normal desarrollo hacia una nación moderna.
Hungría
La elección de un
húngaro como rey de Croacia (1102) no tuvo consecuencias nefastas para el
pueblo croata. En la época romántico-nacionalista se derramaron muchas lágrimas
por la derrota del candidato nacional Pedro Svacic en Petrova Gora (1097) pero en
aquel tiempo pocos estados tenían reyes de "sangre nacional": incluso
en Hungría la familia Arpad gobernó durante 200 años, imponiéndose luego reyes
de variadas dinastías. Los mismos ingleses tomaron en 1714 como rey a un
príncipe de Hannover que ni sabía hablar inglés. Después del desmoramiento de
la parte europea del Imperio Otomano, los países balcánicos -Grecia, Bulgaria,
Rumania- llamaron para ser reyes a príncipes de otras tierras, mayormente de
varias dinastías alemanas.
En realidad los
nobles croatas y húngaros se entendían bien y lucharon juntos. Lo hicieron
contra los enemigos de afuera (la ciudad de Siget, famosa por la tenaz defensa
y la muerte heróica del ban (virrey) croata Nicolás Zubic Zrinski, está en
Hungría) y contra los reyes en preservación de sus derechos feudales. La gran
disputa entre croatas y húngaros empezó con el advenimiento de la
"resurrección nacional" a fines del siglo XVIII, cuando los húngaros
pretendieron tener derecho de gobernar Croacia justificándolo por los largos
siglos de reyes comunes.
Cuando los
Habsburgo, vencidos en varias guerras en el exterior, decidieron ceder una
parte de sus prerrogativas a los húngaros, por ser los relativamente más
fuertes, para que también ellos, en su propio interés, defendieran la Monarquía,
se formó en 1867 una especie de federación "dual" bajo el nombre de
"Monarquía austro-húngara". A la parte húngara se adjudicaron
Eslovaquia y Transilvania mientras que -considerando los viejos lazos de la
corona común entre Hungría y Croacia- el emperador dejó que estos dos países
negociaran la forma de sus futuras relaciones.
En las
negociaciones se sintió todo el peso de las ventajas económicas y culturales de
Hungría, que ya 150 años antes había liberado de los turcos la totalidad de su
territorio nacional. También el escaso número de la nobleza de origen nacional
y que fuera y económicamente fuerte. Una debilidad adicional causó la negativa
de Viena de reconocer la unión con Dalmacia, que había impuesto el ban Jelacic
en 1848 cuando la Monarquía tambaleaba. La costa del Mar Adriático era un
bocado demasiado codiciado por los monarcas de Viena.
En esta situación
el compromiso que se firmó con Hungría en 1868 no satisfacía las pretensiones
croatas. Se esperaba establecer su propio Estado, unido con Dalmacia, y bajo
reyes habsburgos, pero constitucionales (no "por gracia de Dios...").
De todos modos se
le reconoció a Croacia la individualidad estatal y el Sabor siguió funcionando.
También el uso oficial de la lengua croata en todo el territorio nacional.
Luego Croacia
obtuvo plena autonomía en los asuntos internos, en la justicia, cultura y la
educación. También ciertas unidades de ejército (domobrani) tenían oficiales
croatas y el idioma croata como lengua de mando. En el parlamento común en
Budapest flameaba también la bandera croata y los diputados de Croacia podían
usar su lengua en los debates.
Pero quedaron
muchos "asuntos comunes" en Budapest y, desde su posición de más
fuertes, los húngaros pudieron siempre imponerse. Toda la trágica debilidad croata
la demostraba el hecho de que aceptaron que Hungría tuviera el control
financiero, ya que el Sabor temía cobrar impuestos de su empobrecida población.
Aquí hay que
recordar que, en la lucha contra las aspiraciones húngaras, la minoría ortodoxa
-ahora ya serbia- apoyaba a los húngaros. Un muy odiado ban (virrey) que, con
el apoyo de Budapest pudo mantenerse 20 años, colaboraba con esta minoría de
tal manera que recibió el apodo de "ban serbio". En una oportunidad,
tratándose de la "hungarización" de ferrocarriles, algunos diputados
en el parlamento de Budapest expresaron su preocupación: temían que el
descontento en Croacia pudiera llevar a la separación. El primer ministro, el
conde Tisza, los tranquilizó: "No tengan miedo por Croacia, señores diputados"
dijo: "para ellos yo tengo un látigo confiable - los serbios". (A los
aristócratas húngaros les encantaba aludir a sus antepasados: los jinetes
nómadas de Asia).
La posición de
Croacia en la Monarquía no era desesperante, pero de ninguna manera satisfacía
las aspiraciones del pueblo: llegar a la plena independencia.
Serbia
Lo que más ha
marcado nuestras relaciones con Serbia fueron sus desmedidas ambiciones
expansionistas. Trátase de un típico fenómeno balcánico que compartían con sus
dos vecinos: griegos y búlgaros. Parecía que hubieran estado dormidos durante
los 400 años de ocupación otomana y al despertarse, justo en la época del
nacionalismo, empezaron a buscar en su pasado los años de poder y de extensión
territorial más grande, sin tomar en cuenta su atraso económico y cultural.
Grecia desarrolló
un plan irredentista bajo el nombre "Megali Idea". Esta nueva/antigua
Grecia abarcaría todos los territorios entre el Mar Adriático y el Mar Negro
incluyendo la parte del Asia Menor donde vivía población griega desde los
tiempos antiguos. La capital debería ser, por supuesto, la vieja
Constantinopla, actual Estambul. Algo de esto obtuvieron después de la dos
guerras balcánicas y todavía más al quedar Turquía derrotada junto con sus
aliadas Alemania y Austria en la Primera Guerra Mundial.
Los vencedores le
adjudicaron una parte de Anatolia, alrededor de la ciudad de Esmirna. Pero la
porción adjudicada a los griegos no les pareció suficiente y trataron de
ampliarla militarmente con la intención de aislar a los turcos y apoderarse
luego de toda la Turquía europea, inclusive Estambul (1922). Contra toda
previsión los turcos, si bien desmoralizados después de haber perdido varias
guerras, tuvieron suficiente fuerza para vencer a los griegos, que huyeron al
continente europeo junto con todos los civiles, mujeres y niños. Se calcula que
en esta oportunidad desapareció un millón y medio de ortodoxos del Asia Menor.
Fue una lección
muy cara. Sin embargo, hace unos 20 años Grecia nuevamente entró en una
aventura militar tratando de ocupar la isla de Chipre que, por su población
mezclada, tenía un status especial de independencia. Nuevamente los turcos
vencieron, y hay que confiar que la "Megali Idea" esté
definitivamente enterrada.
Los búlgaros
tampoco pudieron olvidar las glorias de los dos imperios que formaron en los
siglos X y XIII en gran parte de la península balcánica. Inclusive su rey
Simeón fue coronado como emperador cuando su poder llegaba hasta los propios
muros de Constantinopla, aunque no pudo realizar su sueño de ser el emperador
de Bizancio. El segundo imperio búlgaro del siglo XIII ocupó también la mayor
parte de la península. Pero ambos duraron poco, ni 50 años. En realidad
pudieron establecerse solamente por debilidades temporarias de Bizancio.
No obstante, al
adquirir en el siglo XIX su independencia, los búlgaros trataron de realizar en
circunstancias completamente distintas, el viejo sueño de Simeón: apoderarse de
Constantinopla. Su derrota en la Segunda Guerra Balcánica (1913) ante los
rumanos, serbios y griegos -que aparentemente los instigaron a la aventura para
atacarlos por la espalda- les hicieron perder incluso Macedonia, que ya
poseían. Las tentativas posteriores de mejorar su posición aliándose con las
potencias centrales en la Primera Guerra Mundial y con las Fuerzas del Eje en
la Segunda, terminaron en desastres. De todas maneras, el rey de Bulgaria hasta
1945 (o sea, hasta la llegada de los soviéticos) ostentaba el título de Zar
(emperador).
Los serbios,
nuestros vecinos balcánicos más cercanos, no quedaron atrás. Ellos también
tuvieron un imperio efímero que duró entre los años 1331 y 1355. Si bien algo
menor que la Gran Bulgaria del Zar Simeón, el imperio del Zar Dusan se extendía
a Tesalia, Epir, Albania, Macedonia y Serbia. Lo mismo que los dos imperios
búlgaros este también empezó a desmembrarse a la muerte de su fundador. Unos 40
años más tarde lo que quedaba del imperio cayó a manos de los turcos. Fue
después de la derrota en Kosovo Polje (1389), alrededor de la que se urdieron
mitos y leyendas sin ninguna base histórica.
Ya por el año
1844, siendo todavía un pequeño principado autónomo dentro del Imperio Otomano,
Serbia empezó a forjarse ideas de grandeza. Un funcionario del príncipe
Alejandro Obrenovic imaginó un plan (así se lo llamó) en este sentido. Si bien
elaborado secretamente, su bien definida política de expansión hizo carne en
los círculos intelectuales y religiosos serbios, que lo apoyaron con entusiasmo
y actuaron de acuerdo.
Hoy día los
objetivos del "Plan" nos parecen demenciales: pretendían apoderarse
de Macedonia Oriental y obtener un acceso al Mar Egeo por el puerto de
Salónica; luego, adueñarse de todo Dalmacia y Bosnia hasta una línea en el
noroeste trazada de tal manera que la Gran Serbia incluyera hasta el más insignificante
pueblo donde viviera gente de fe ortodoxa. Belgrado enviaba sus agentes a
Croacia y a Bosnia con el propósito de "despertar la nacionalidad
serbia" en los ortodoxos prometiéndoles un futuro brillante una vez unidos
a su "madre patria". No les preocupaba en lo más mínimo el hecho de
que población católica y musulmana viviera entre Serbia y los ortodoxos de
Bosnia y Croacia.
Era evidente que
el genocidio sería el único método para poder realizar estos planes.
No sorprende que
un importante político serbio, miembro del actual parlamento en Belgrado, haya
aclarado públicamente que "a los croatas hay que sacarles los ojos con
cucharas oxidadas". Tales y peores atrocidades fueron realmente cometidas
en el proceso de "limpieza étnica" como método inevitable para llegar
a los "hermanos" allende el río Drina.
Ya por los años
treinta, V. Cubrilovic, un miembro del grupo terrorista que asesinó al príncipe
heredero austríaco y a su esposa en Sarajevo en 1914, dió una conferencia, nada
menos que en la Sociedad de Escritores Serbios, explicando detalladamente
cuáles eran los métodos de terror que deberían emplear las autoridades serbias
en la región de Kosovo para hacer imposible la vida de los albaneses (90% de la
población) y así expulsarlos. Se trataba de más de un millón y medio de
personas. Si bien sorprende que tales métodos se expongan públicamente en las
instituciones oficiales de Serbia, hay que recordar que los pueblos balcánicos
no participaron en las corrientes filosóficas y humanitarias europeas que eliminaron
o, por lo menos, mitigaron las crueldades medievales.
Solamente así
puede explicarse un episodio que ocurrió, hace unos 15 años, durante la visita
a Sarajevo del entonces presidente de Alemania, Dr. von Weissacker. Durante el
recorrido por la ciudad, los anfitriones, llenos de orgullo, lo invitaron a ver
el lugar donde fue asesinada la pareja real austríaca. También pretendían que
visitara el museo recordatorio del atentado y de sus "gloriosos"
perpetradores. Según informaron los medios, los anfitriones fueron genuinamente
sorprendidos cuando el visitante rechazó indignado tan gentil oferta.
La misma
mentalidad la mostró un germanista serbio, un tal Sljepcevic, al comentar la
sorpresa y el asco que le produjeron a Goethe algunos poemas nacionales serbios.
Después de haberse entusiasmado con la belleza del poema musulmán "La
mujer de Hasan-aga", llegaron a manos del gran poeta y filósofo alemán
aquellos poemas que describían con lujo de detalle los actos sádicos y
aberrantes del héroe nacional serbio, el "príncipe Marcos".
Atrocidades cometidas no solamente contra sus enemigos masculinos, sino también
contra las mujeres; inclusive su propia hermana y su niño en brazos. El letrado
serbio intenta defender a su héroe nacional: "Goethe olímpicamente no ve o
no quiere ver que Marcos es así porque en el fondo de su alma yace un pesado
sedimento, una ofensa y una cólera insatisfecha e inolvidable -la ofensa y la
cólera de una nación aplastada y ofendida". Subrayé las palabras
"insatisfecha e inolvidable" porque, como hemos visto en las
recientes luchas entre los serbios y musulmanes, el odio y la sed de venganza
persiste hasta hoy. Inclusive, se emplean los mismos métodos del príncipe
Marcos: en un campo serbio de prisioneros musulmanes, el comandante obligó a un
joven enloquecido a arrancar con los dientes los testículos de sus infortunados
compañeros.
Pero la
histriónica defensa que el escritor serbio hace de Marcos descorre la cortina
de un ambiente muy peculiar, un mundo de leyendas y mitos, casi siempre basados
en las mistificaciones nutridas por los intelectuales. La famosa batalla con
los turcos en Kosovo Polje, que se evoca en innumerables canciones glorificando
a los combatientes que se habrían decidido "por el imperio
celestial", fue tan insignificante que después de la lucha el rey de
Bosnia, Tvrtko, confundido, informó a los gobiernos occidentales que la habían
ganado los cristianos. Es cierto que el príncipe serbio Lázaro (en la poesía
nacional le dan el título "emperador") había perdido la vida; pero su
hijo, Esteban Lazarevic -de acuerdo con las costumbres de su tiempo- enseguida
tramó arreglos con los turcos, se hizo el vasallo del Sultán, mandó a su
hermana al harem imperial en Estambul y peleó con sus tropas al lado de los
turcos (aunque su condición de vasallo cristiano no lo obligaba a pelear contra
los cristianos). Lo malo es que aquellas leyendas y mistificaciones
enloquecieron el pueblo, que incluso hoy quiere erigirse en Vengador.
Indudablemente,
una de las causas del sentimiento de superioridad que se observa en todas las
clases sociales de Serbia radica en la suerte que acompañó sus acciones
militares después de obtener la independencia. Salieron victoriosos de las dos
guerras balcánicas, estuvieron en el lado ganador de la Primera Guerra Mundial.
Inclusive - aprovechando una amnistía de Tito a fines de la Segunda Guerra
Mundial- más de 100.000 cetniks (soldados voluntarios imbuidos del fanatismo
granserbio) se pasaron a los partisanos y así se proclamaron
"vencedores". En realidad habían estado como pasivos observadores en
la Serbia ocupaba por los alemanes, y en muchos casos habían colaborado con los
nazis.
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