Tuesday 13 June 2017

El milagro croata - Velimir Radnic (tercera parte)


El milagro croata

El repentino surgimiento de una "nueva Nación"

Velimir Radnic, Buenos Aires
(tercera parte)

Los vecinos de Croacia

Los vecinos tienen un rol muy importante en la vida de las naciones. Ellos se rechazan, pero también se imitan; se odian o se toleran; casi nunca se aman.

Italia

Como ya mencioné, la posesión veneciana de una gran parte de nuestra costa adriática, si bien mantuvo a Dalmacia casi 400 años separada de Croacia, no tuvo consecuencias fatales.

Lo difícil, lo trágico para Croacia, empieza cuando Italia logra unificarse e incorporar prácticamente todas las tierras habitadas por los italianos. Este éxito subió a la cabeza de ciertos círculos intelectuales y políticos, quienes empezaron a soñar con el resurgimiento del Imperio Romano.

Estas ambiciones superaban por lejos las fuerzas reales de Italia. Los nacionalistas, luego los fascistas, no querían ver un hecho histórico, económico y social: el peso político mundial se había trasladado, hacía varios siglos, del Mediterráneo a las costas del Océano Atlántico: Inglaterra, Francia, Alemania, luego Estado Unidos, son el nuevo centro del mundo. En esta constelación, Italia se había convertido en una provincia de Occidente.

Desconsiderando por completo este fenómeno, las ambiciones imperialistas italianas se extendían desde las malogradas posesiones coloniales en Africa hasta las tierras pobladas por croatas, eslovenos, austríacos e, inclusive, a Niza, Mónaco, Saboya, Córcega que habían sido cedidas a Francia por su ayuda en la guerra de independencia. Por no tener la fuerza propia suficiente, los gobiernos italianos tuvieron que recurrir a las "combinaciones" internacionales: abandonando a sus aliadas potencias centrales de la Primera Guerra Mundial o juntándose con la Alemania hitleriana en la Segunda. En ningún caso pudieron realizar lo irrealizable.

Para Croacia esta política fue fatalmente perniciosa en la Primera Guerra Mundial. Los Aliados -Inglaterra, Rusia, Francia- ofrecieron "generosamente" a Italia una parte importante de Dalmacia, si abandonaba sus aliadas Alemania y Austria para entrar en la guerra junto a ellos. Fue el Pacto de Londres por el cual Italia hizo la "volta face" y declaró la guerra a sus aliados de ayer.

Considero fatal este episodio: dió un argumento de peso real a los eslavófilos de Croacia para que -al derrumbarse la Monarquía en 1918- Croacia ofreciera sin condiciones la corona a la dinastía serbia de los Karadjordjevic. Es discutible si este acto fue realmente imprescindible para salvar a Dalmacia, o si fue una reación irracional de los eslavófilos croatas. Pero no hay duda de que la unión no se hubiera consumado tan apurada e incondicionalmente de no haber existido el temor al Pacto de Londres.

Al hablar de Italia creo útil advertir sobre un fenómeno que, a mi entender, demuestra claramente que la mentalidad, la experiencia histórica y la cultura (en sentido amplio) son elementos mucho más importantes que el idioma para la homogeneidad de una nación. En Italia los elementos comunes son el idioma oficial -el toscano fue aceptado unánimemente por todas las regiones- y el recuerdo del milenario imperio, cuando Roma fue el centro del mundo. Este pasado es motivo de un legítimo orgullo nacional.

Pero desde el siglo V en Italia se forma una variedad de reinos y ducados que durante 1400 años habrían de pelear entre sí, aliándose muchas veces con fuerzas extranjeras. Mientras las repúblicas, los ducados o reinados del norte y del centro se desarrollan con cierto espíritu democrático, de crítica pero también de responsabilidad cívica, la población del sur, desde los Estados Pontificios hacia abajo, nunca tuvo la oportunidad de opinar o de protestar por los actos de sus gobernantes. Esta sumisión produjo cierto letargo en la vida pública, cosa que diferencia fuertemente al Sur del espíritu emprendedor y trabajador del Norte.

Las diferencias del carácter causaron animosidades casi desde el principio de la unión para convertirse, con el tiempo, en abierta enemistad. Presenciamos en nuestros días la formación de un importante movimiento que exige la federalización, inclusive la separación total del Sur. Lo sorprendente es que se desconsidera por completo la enorme contribución del Sur las artes italianas: música, letras, pintura, etc. que es parte del tesoro cultural de toda Italia.
Creo que este ejemplo se puede traer a colación para demostrar lo erróneo de la idea yugoslava, que se basaba exclusivamente en la semejanza del idioma.

Eslovenia

Aunque son los vecinos más cercanos, su historia fue muy distinta a la de Croacia.
Pero por pertenecer culturalmente al mismo Occidente europeo nunca hubo problemas vitales entre ambas naciones. Al producirse el "despertar nacional" en el siglo XIX, Eslovenia caminó paralelamente con Croacia. Hubo momentos de choques políticos al comienzo de la unión yugoslava, pero, al empezar el salvajismo nacionalista serbio en Kosovo y Vojvodina (1986/7), Eslovenia se le opuso enérgicamente. Esta solicitud la llevó finalmente a proclamar, y defender con armas, su independencia estatal al mismo tiempo que Croacia.

Austria

Fue muy odiada en ciertas épocas de la historia croata, pero una mirada retrospectiva y desapasionada demuestra, a mi ver, que los Habsburgo no tocaron la esencia del ser nacional. La germanización que se trató de imponer, especialmente entre los años 1850/1860, fue más por una conveniencia administrativa, buscándose una mayor eficiencia, que por motivos de expansión nacional austríaca. Los Habsgurgo, por supuesto, trataron de mantener sus tierras, su imperio. Pero no hubo persecuciones nacionales como las emprendidas por el fascismo en Istria o por los soviéticos en los países bálticos.

Sin embargo, en una oportunidad de nuestra historia los Habsburgo nos hicieron un daño terrible, casi irreparable, que retardó mucho la independencia de Croacia: La ayuda contra el Imperio Otomano, a la cual los Habsburgo se comprometieron al ser elegidos reyes de Croacia, resultó escasa e insuficiente. Especialmente cuando empezaron a usar para sus rencillas en el oeste europeo las tropas movilizadas en las fronteras con Bosnia. Esto provocó una gran descontento entre los nobles croatas y húngaros que, cansados y sobrecargados de las exigencias militares, decidieron entrar en negociaciones con Estambul. Su objetivo habría sido obtener un status parecido al de los nobles de Transilvania o sea pagando una contribución, sin ser vasallos. Las negociaciones las dirigían los jefes de las dos importantes familias nobles croatas: conde Pedro Zrinski y su cuñado, el conde Krsto Frankopan. Pero en su vacilación de comprometerse con los infieles cometieron el error de tratar de obtener, nuevamente, de su soberano legal una ayuda más efectiva contra la amenaza turca. Con esto en mente, y tras obtener el "salvoconducto" del emperador, se fueron a Viena (1671). Al pasar la frontera fueron arrestados, acusados de alta traición y ejecutados. Todos sus bienes -enormes extensiones de tierra, castillos, fortalezas, palacios, armas, muebles y objetos de arte- fueron requisados, llevados a Viena o distribuidos entre los súbditos fieles: generalmente nobles de origen austríaco, checo, etc.

Este episodio no fue novedad para la Europa de aquella época. La lucha feroz entre los reyes y los señores feudales estaba al orden del día. Pero en nuestro caso fue catastrófico porque Croacia perdió dos familias que, siendo de origen croata, hubieran defendido los derechos y los intereses de Croacia también en la época nacionalista, como lo hacían los nobles húngaros. La aniquilación de las familias Zrinski y Frankopan debilitó a Croacia enormemente en un momento crucial. Como ya mencionamos, treinta años más tarde se produce la campaña militar del príncipe Eugenio de Saboya y empieza el debilitamiento del Imperio Otomano. La presencia de estas dos familias, de gran poder económico y alto nivel cultural, hubiera fortificado mucho la posición de Croacia y asegurado su normal desarrollo hacia una nación moderna.

Hungría

La elección de un húngaro como rey de Croacia (1102) no tuvo consecuencias nefastas para el pueblo croata. En la época romántico-nacionalista se derramaron muchas lágrimas por la derrota del candidato nacional Pedro Svacic en Petrova Gora (1097) pero en aquel tiempo pocos estados tenían reyes de "sangre nacional": incluso en Hungría la familia Arpad gobernó durante 200 años, imponiéndose luego reyes de variadas dinastías. Los mismos ingleses tomaron en 1714 como rey a un príncipe de Hannover que ni sabía hablar inglés. Después del desmoramiento de la parte europea del Imperio Otomano, los países balcánicos -Grecia, Bulgaria, Rumania- llamaron para ser reyes a príncipes de otras tierras, mayormente de varias dinastías alemanas.

En realidad los nobles croatas y húngaros se entendían bien y lucharon juntos. Lo hicieron contra los enemigos de afuera (la ciudad de Siget, famosa por la tenaz defensa y la muerte heróica del ban (virrey) croata Nicolás Zubic Zrinski, está en Hungría) y contra los reyes en preservación de sus derechos feudales. La gran disputa entre croatas y húngaros empezó con el advenimiento de la "resurrección nacional" a fines del siglo XVIII, cuando los húngaros pretendieron tener derecho de gobernar Croacia justificándolo por los largos siglos de reyes comunes.

Cuando los Habsburgo, vencidos en varias guerras en el exterior, decidieron ceder una parte de sus prerrogativas a los húngaros, por ser los relativamente más fuertes, para que también ellos, en su propio interés, defendieran la Monarquía, se formó en 1867 una especie de federación "dual" bajo el nombre de "Monarquía austro-húngara". A la parte húngara se adjudicaron Eslovaquia y Transilvania mientras que -considerando los viejos lazos de la corona común entre Hungría y Croacia- el emperador dejó que estos dos países negociaran la forma de sus futuras relaciones.

En las negociaciones se sintió todo el peso de las ventajas económicas y culturales de Hungría, que ya 150 años antes había liberado de los turcos la totalidad de su territorio nacional. También el escaso número de la nobleza de origen nacional y que fuera y económicamente fuerte. Una debilidad adicional causó la negativa de Viena de reconocer la unión con Dalmacia, que había impuesto el ban Jelacic en 1848 cuando la Monarquía tambaleaba. La costa del Mar Adriático era un bocado demasiado codiciado por los monarcas de Viena.

En esta situación el compromiso que se firmó con Hungría en 1868 no satisfacía las pretensiones croatas. Se esperaba establecer su propio Estado, unido con Dalmacia, y bajo reyes habsburgos, pero constitucionales (no "por gracia de Dios...").

De todos modos se le reconoció a Croacia la individualidad estatal y el Sabor siguió funcionando. También el uso oficial de la lengua croata en todo el territorio nacional.

Luego Croacia obtuvo plena autonomía en los asuntos internos, en la justicia, cultura y la educación. También ciertas unidades de ejército (domobrani) tenían oficiales croatas y el idioma croata como lengua de mando. En el parlamento común en Budapest flameaba también la bandera croata y los diputados de Croacia podían usar su lengua en los debates.

Pero quedaron muchos "asuntos comunes" en Budapest y, desde su posición de más fuertes, los húngaros pudieron siempre imponerse. Toda la trágica debilidad croata la demostraba el hecho de que aceptaron que Hungría tuviera el control financiero, ya que el Sabor temía cobrar impuestos de su empobrecida población.

Aquí hay que recordar que, en la lucha contra las aspiraciones húngaras, la minoría ortodoxa -ahora ya serbia- apoyaba a los húngaros. Un muy odiado ban (virrey) que, con el apoyo de Budapest pudo mantenerse 20 años, colaboraba con esta minoría de tal manera que recibió el apodo de "ban serbio". En una oportunidad, tratándose de la "hungarización" de ferrocarriles, algunos diputados en el parlamento de Budapest expresaron su preocupación: temían que el descontento en Croacia pudiera llevar a la separación. El primer ministro, el conde Tisza, los tranquilizó: "No tengan miedo por Croacia, señores diputados" dijo: "para ellos yo tengo un látigo confiable - los serbios". (A los aristócratas húngaros les encantaba aludir a sus antepasados: los jinetes nómadas de Asia).
La posición de Croacia en la Monarquía no era desesperante, pero de ninguna manera satisfacía las aspiraciones del pueblo: llegar a la plena independencia.

Serbia

Lo que más ha marcado nuestras relaciones con Serbia fueron sus desmedidas ambiciones expansionistas. Trátase de un típico fenómeno balcánico que compartían con sus dos vecinos: griegos y búlgaros. Parecía que hubieran estado dormidos durante los 400 años de ocupación otomana y al despertarse, justo en la época del nacionalismo, empezaron a buscar en su pasado los años de poder y de extensión territorial más grande, sin tomar en cuenta su atraso económico y cultural.

Grecia desarrolló un plan irredentista bajo el nombre "Megali Idea". Esta nueva/antigua Grecia abarcaría todos los territorios entre el Mar Adriático y el Mar Negro incluyendo la parte del Asia Menor donde vivía población griega desde los tiempos antiguos. La capital debería ser, por supuesto, la vieja Constantinopla, actual Estambul. Algo de esto obtuvieron después de la dos guerras balcánicas y todavía más al quedar Turquía derrotada junto con sus aliadas Alemania y Austria en la Primera Guerra Mundial.

Los vencedores le adjudicaron una parte de Anatolia, alrededor de la ciudad de Esmirna. Pero la porción adjudicada a los griegos no les pareció suficiente y trataron de ampliarla militarmente con la intención de aislar a los turcos y apoderarse luego de toda la Turquía europea, inclusive Estambul (1922). Contra toda previsión los turcos, si bien desmoralizados después de haber perdido varias guerras, tuvieron suficiente fuerza para vencer a los griegos, que huyeron al continente europeo junto con todos los civiles, mujeres y niños. Se calcula que en esta oportunidad desapareció un millón y medio de ortodoxos del Asia Menor.

Fue una lección muy cara. Sin embargo, hace unos 20 años Grecia nuevamente entró en una aventura militar tratando de ocupar la isla de Chipre que, por su población mezclada, tenía un status especial de independencia. Nuevamente los turcos vencieron, y hay que confiar que la "Megali Idea" esté definitivamente enterrada.

Los búlgaros tampoco pudieron olvidar las glorias de los dos imperios que formaron en los siglos X y XIII en gran parte de la península balcánica. Inclusive su rey Simeón fue coronado como emperador cuando su poder llegaba hasta los propios muros de Constantinopla, aunque no pudo realizar su sueño de ser el emperador de Bizancio. El segundo imperio búlgaro del siglo XIII ocupó también la mayor parte de la península. Pero ambos duraron poco, ni 50 años. En realidad pudieron establecerse solamente por debilidades temporarias de Bizancio.

No obstante, al adquirir en el siglo XIX su independencia, los búlgaros trataron de realizar en circunstancias completamente distintas, el viejo sueño de Simeón: apoderarse de Constantinopla. Su derrota en la Segunda Guerra Balcánica (1913) ante los rumanos, serbios y griegos -que aparentemente los instigaron a la aventura para atacarlos por la espalda- les hicieron perder incluso Macedonia, que ya poseían. Las tentativas posteriores de mejorar su posición aliándose con las potencias centrales en la Primera Guerra Mundial y con las Fuerzas del Eje en la Segunda, terminaron en desastres. De todas maneras, el rey de Bulgaria hasta 1945 (o sea, hasta la llegada de los soviéticos) ostentaba el título de Zar (emperador).

Los serbios, nuestros vecinos balcánicos más cercanos, no quedaron atrás. Ellos también tuvieron un imperio efímero que duró entre los años 1331 y 1355. Si bien algo menor que la Gran Bulgaria del Zar Simeón, el imperio del Zar Dusan se extendía a Tesalia, Epir, Albania, Macedonia y Serbia. Lo mismo que los dos imperios búlgaros este también empezó a desmembrarse a la muerte de su fundador. Unos 40 años más tarde lo que quedaba del imperio cayó a manos de los turcos. Fue después de la derrota en Kosovo Polje (1389), alrededor de la que se urdieron mitos y leyendas sin ninguna base histórica.

Ya por el año 1844, siendo todavía un pequeño principado autónomo dentro del Imperio Otomano, Serbia empezó a forjarse ideas de grandeza. Un funcionario del príncipe Alejandro Obrenovic imaginó un plan (así se lo llamó) en este sentido. Si bien elaborado secretamente, su bien definida política de expansión hizo carne en los círculos intelectuales y religiosos serbios, que lo apoyaron con entusiasmo y actuaron de acuerdo.

Hoy día los objetivos del "Plan" nos parecen demenciales: pretendían apoderarse de Macedonia Oriental y obtener un acceso al Mar Egeo por el puerto de Salónica; luego, adueñarse de todo Dalmacia y Bosnia hasta una línea en el noroeste trazada de tal manera que la Gran Serbia incluyera hasta el más insignificante pueblo donde viviera gente de fe ortodoxa. Belgrado enviaba sus agentes a Croacia y a Bosnia con el propósito de "despertar la nacionalidad serbia" en los ortodoxos prometiéndoles un futuro brillante una vez unidos a su "madre patria". No les preocupaba en lo más mínimo el hecho de que población católica y musulmana viviera entre Serbia y los ortodoxos de Bosnia y Croacia.

Era evidente que el genocidio sería el único método para poder realizar estos planes.
No sorprende que un importante político serbio, miembro del actual parlamento en Belgrado, haya aclarado públicamente que "a los croatas hay que sacarles los ojos con cucharas oxidadas". Tales y peores atrocidades fueron realmente cometidas en el proceso de "limpieza étnica" como método inevitable para llegar a los "hermanos" allende el río Drina.

Ya por los años treinta, V. Cubrilovic, un miembro del grupo terrorista que asesinó al príncipe heredero austríaco y a su esposa en Sarajevo en 1914, dió una conferencia, nada menos que en la Sociedad de Escritores Serbios, explicando detalladamente cuáles eran los métodos de terror que deberían emplear las autoridades serbias en la región de Kosovo para hacer imposible la vida de los albaneses (90% de la población) y así expulsarlos. Se trataba de más de un millón y medio de personas. Si bien sorprende que tales métodos se expongan públicamente en las instituciones oficiales de Serbia, hay que recordar que los pueblos balcánicos no participaron en las corrientes filosóficas y humanitarias europeas que eliminaron o, por lo menos, mitigaron las crueldades medievales.

Solamente así puede explicarse un episodio que ocurrió, hace unos 15 años, durante la visita a Sarajevo del entonces presidente de Alemania, Dr. von Weissacker. Durante el recorrido por la ciudad, los anfitriones, llenos de orgullo, lo invitaron a ver el lugar donde fue asesinada la pareja real austríaca. También pretendían que visitara el museo recordatorio del atentado y de sus "gloriosos" perpetradores. Según informaron los medios, los anfitriones fueron genuinamente sorprendidos cuando el visitante rechazó indignado tan gentil oferta.
La misma mentalidad la mostró un germanista serbio, un tal Sljepcevic, al comentar la sorpresa y el asco que le produjeron a Goethe algunos poemas nacionales serbios. Después de haberse entusiasmado con la belleza del poema musulmán "La mujer de Hasan-aga", llegaron a manos del gran poeta y filósofo alemán aquellos poemas que describían con lujo de detalle los actos sádicos y aberrantes del héroe nacional serbio, el "príncipe Marcos". Atrocidades cometidas no solamente contra sus enemigos masculinos, sino también contra las mujeres; inclusive su propia hermana y su niño en brazos. El letrado serbio intenta defender a su héroe nacional: "Goethe olímpicamente no ve o no quiere ver que Marcos es así porque en el fondo de su alma yace un pesado sedimento, una ofensa y una cólera insatisfecha e inolvidable -la ofensa y la cólera de una nación aplastada y ofendida". Subrayé las palabras "insatisfecha e inolvidable" porque, como hemos visto en las recientes luchas entre los serbios y musulmanes, el odio y la sed de venganza persiste hasta hoy. Inclusive, se emplean los mismos métodos del príncipe Marcos: en un campo serbio de prisioneros musulmanes, el comandante obligó a un joven enloquecido a arrancar con los dientes los testículos de sus infortunados compañeros.
Pero la histriónica defensa que el escritor serbio hace de Marcos descorre la cortina de un ambiente muy peculiar, un mundo de leyendas y mitos, casi siempre basados en las mistificaciones nutridas por los intelectuales. La famosa batalla con los turcos en Kosovo Polje, que se evoca en innumerables canciones glorificando a los combatientes que se habrían decidido "por el imperio celestial", fue tan insignificante que después de la lucha el rey de Bosnia, Tvrtko, confundido, informó a los gobiernos occidentales que la habían ganado los cristianos. Es cierto que el príncipe serbio Lázaro (en la poesía nacional le dan el título "emperador") había perdido la vida; pero su hijo, Esteban Lazarevic -de acuerdo con las costumbres de su tiempo- enseguida tramó arreglos con los turcos, se hizo el vasallo del Sultán, mandó a su hermana al harem imperial en Estambul y peleó con sus tropas al lado de los turcos (aunque su condición de vasallo cristiano no lo obligaba a pelear contra los cristianos). Lo malo es que aquellas leyendas y mistificaciones enloquecieron el pueblo, que incluso hoy quiere erigirse en Vengador.

Indudablemente, una de las causas del sentimiento de superioridad que se observa en todas las clases sociales de Serbia radica en la suerte que acompañó sus acciones militares después de obtener la independencia. Salieron victoriosos de las dos guerras balcánicas, estuvieron en el lado ganador de la Primera Guerra Mundial. Inclusive - aprovechando una amnistía de Tito a fines de la Segunda Guerra Mundial- más de 100.000 cetniks (soldados voluntarios imbuidos del fanatismo granserbio) se pasaron a los partisanos y así se proclamaron "vencedores". En realidad habían estado como pasivos observadores en la Serbia ocupaba por los alemanes, y en muchos casos habían colaborado con los nazis.




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