CARDENAL STEPINAC: Mártir de los Derechos HumanosM. Landercy
INDICE
- Prefacio
- Introducción
- Capítulo I: La patria del Cardenal Stepinac
- Capítulo II: País natal
- Capítulo III: Encuentro de la vocación
- Capítulo IV: Coadjutor del Arzobispo de Zagreb
- Capítulo V: Monseñor Stepinac, Arzobispo de Zagreb
- Capítulo VI: En medio del caos de la Segunda Guerra Mundial
- Capítulo VII: Monseñor Stepinac en la Yugoslavia de Tito
CAPITULO VIII: ANTE EL TRIBUNAL COMUNISTA
"Los Tribunales Populares"
Un decreto del 3 de febrero de 1945 trastornó toda la organización judicial de Yugoslavia. El decreto no se contentaba con abolir la legislación impuesta por la ocupación, sino que decidía: "La derogación de todo aparato judicial basado en leyes, reglamentos, ordenanzas, etc., en vigencia en Yugoslavia antes del 6-4-41, en la medida en que contradicen los importantes hechos de la lucha por la liberación nacional, las declaraciones y las decisiones del Consejo Antifascista de Yugoslavia...".
Desde ese momento, la administración de la justicia quedó en manos de los "Tribunales Populares", cuyos miembros a menudo no han recibido ninguna formación jurídica, mientras que los jueces se pronuncian -incluso en los casos de acusaciones capitales- de acuerdo con su "conciencia". Como prueba de esto, un artículo aparecido en el diario comunista Slobodna Dalmacija del 31-12-1944, declaraba que los juicios se llevan a cabo bajo el auspicio de los Comités de liberación nacional y que las instrucciones relativas al funcionamiento y a la organización de los tribunales, emanaban del Consejo Antifascista de Croacia. De acuerdo a estas instrucciones, las sentencias no debían ser pronunciadas por juristas de oficio según las complicadas leyes vigentes hasta el momento, sino por los mejores hijos del pueblo, y no según la letra muerta de la ley, sino según las sanas conciencias propias del pueblo. los jueces por tanto, debían ser elegidos entre la población.
La misma conclusión se desprende de la composición de los tribunales. La Corte de Justicia, encargada de juzgar los crímenes y los delitos contra el honor del pueblo, estaba compuesta por 23 miembros, de los cuales sólo 3 habían tenido formación jurídica. Por otra parte, Radio Belgrado, explicando la forma de elección de los jueces para las asambleas provinciales y los consejos municipales, el 29-5-1945 declaraba:
"Poco importa que los jueces no sean gente de oficio; lo que importa es que tengan ideas democráticas y que estén consagrados al partido comunista".
Además, todo el mundo fue llamado a tomar parte en la administración de la justicia. El 27-3-1945, Dragoljub Jovanovic, agregado de negocios yugoeslavo en Lisboa, arengó a la multitud reunida en Belgrado, en presencia del Mariscal Tito y de los demás miembros de su gobierno, afirmando que el pueblo debía defenderse a sí mismo contra los reaccionarios y los traidores; puesto que no debía contar solamente con los tribunales populares, sino que cada uno debía ejecutar por sí mismo la justicia, si estaba convencido de tener ante él a un reaccionario o a un traidor.
Además de los tribunales que juzgaban los asuntos de traición y los crímenes de guerra, existían Cortes especiales encargadas de juzgar los "crímenes y delitos contra el honor del pueblo", dicho de otra manera, y en los términos del decreto que instituía estas Cortes especiales, los hechos "no pueden ser sólo calificados de traición o de ayuda al ejército de ocupación en la perpetración de crímenes de guerra". Estos crímenes y delitos serán pasibles de la pérdida de los derechos cívicos, de trabajos forzados y de la confiscación de bienes. El diario Politika publicó un decreto del Consejo Antifascista de Serbia, el cual retomando la definición citada precedentemente, agregaba las siguientes precisiones: "estos crímenes abarcan entonces: la colaboración política, cultural, artística, económica, judicial y administrativa, la propaganda y cualquier otra forma de colaboración con los ocupantes y los traidores..."
Por consecuencia, en Yugoslavia, la ley y la magistratura no garantizaban la seguridad de los ciudadanos. Los crímenes eran juzgados por jueces ignorantes, ante tribunales incompetentes, sobre la base de reglamentos que no definían siquiera claramente el delito, y además tenían un efecto retroactivo. Incluso hoy, todo ciudadano yugoeslavo que no es favorable al régimen, corre el riesgo de ser conducido ante un tribunal.
Testimonio de un prisionero
Estamos en posesión de fragmentos de papeles escritos en octubre de 1945 por un prisionero, quien había sido condenado aunque era inocente. Cuarenta testigos habían firmado el testimonio de su inocencia, pero esto no sirvió para nada. En una carta a su mujer decía:
"Gracias por los esfuerzos que has hecho para salvarme, mi querida Teresa, esta claro que me han juzgado porque soy un fiel católico y un buen patriota. En mi vida, he intentado siempre hacer el bien a los otros, y ahora me condenan como si fuera un criminal. Ese fue el destino de Jesús, yo acepto también el mío. No lamento abandonar este mundo pero me preocupas tú y nuestros hijos. Te ruego, ocupa el lugar de padre y madre. Intenta darles, en cuanto sea posible, una formación religiosa e instrucción escolar.
¡Una última palabra a vosotros, mis queridos hijos! Como ya no tengo esperanza de retornar con vosotros, los invito con mi último aliento: sean buenos católicos y buenos croatas. Obedeced a mamá que me reemplazará. Sean diligentes, utilicen sus talentos y, con la gracia de Dios, harán progresos para realizar lo mejor en vuestra vida para Dios y para nuestro pueblo.
No sabrán nunca donde se encuentra mi tumba pero rueguen por mi. Les suplico que rueguen unidos todos los días por vuestro padre y por el crecimiento de la Fe en nuestro pueblo. Está detenido con nosotros un sacerdote. El nos ha preparado para el último viaje. ¡Hasta luego en la eternidad. Papá!".
Desde lo alto del cielo, este mártir de Cristo ha debido bendecir a su hijo sacerdote y religioso, fruto de su sacrificio.
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- Capítulo IX: Stepinac en la prisión y en detención
- Capítulo X: En el ocaso de su vida
- Capítulo XI: Ecos después de su muerte
- Capítulo XII: Algunos testimonios
- Epílogo
- Anexos
- Bibliografía
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