Monday 30 May 2016

IX. Stepinac en la prisión y en detención


CARDENAL STEPINAC: Mártir de los Derechos Humanos
M. Landercy

INDICE

  • Prefacio
  • Introducción
  • Capítulo I: La patria del Cardenal Stepinac
  • Capítulo II: País natal
  • Capítulo III: Encuentro de la vocación
  • Capítulo IV: Coadjutor del Arzobispo de Zagreb
  • Capítulo V: Monseñor Stepinac, Arzobispo de Zagreb
  • Capítulo VI: En medio del caos de la Segunda Guerra Mundial
  • Capítulo VII: Monseñor Stepinac en la Yugoslavia de Tito
  • Capítulo VIII: Ante el tribunal comunista

  • CAPITULO IX: STEPINAC EN LA PRISION Y EN DETENCION

    Lepoglava
    El 19 de octubre de 1946, Mons. Stepinac franqueó el umbral de la prisión de Lepoglava, llamada Casa de Corrección. Desde entonces permaneció aislado del mundo durante cinco años. La casa de reclusión de Lepoglava está rodeada de grandes murallas repletas de puestos de observación ubicados cada 40 o 50 metros, atiborrados de guardias armados. En el interior, cientos de prisioneros políticos.
    Desde su llegada, se los recluía en una pieza denominada "cuarentena", en la que cada uno debía encontrar un lugar sobre el suelo mojado, ya que no había camas. John I. Pintar, croata ciudadano de los Estados Unidos, estuvo detenido en Lepoglava en la misma época que el Arzobispo. Tiempo después publicó un libro sobre el comunismo en Yugoslavia:
    "Four Years in Tito's Hell". En él se compadecía del inmenso sufrimiento físico y moral de los prisioneros, detenidos en condiciones inhumanas.
    Para toda esta pobre gente, Mons. Stepinac se convirtió en un símbolo de esperanza y en un modelo de fuerza física y moral. Lo veían hacer su paseo con la cabeza alta, su sotana negra, lo escuchaban orar al mediodía delante de todos. Se recogían con él, encontrando la fuerza para no caer en la desesperación.
    Desde su llegada el Arzobispo fue recluido en una celda aparte, sin pasar por la cuarentena. En los cuartos vecinos a su celda vivían otros detenidos en condiciones miserables, sin el "confort" más rudimentario.
    La dirección había instalado una pequeña habitación con un bello altar de roble para que Mons. tuviera una capilla. Desde el principio el Arzobispo ocupó todo su tiempo a aprender el inglés. Pero poco tiempo después, se le confiscaron todos sus libros de inglés.
    Sus alimentos eran mejores que los de los otros detenidos, sus comidas eran preparadas afuera por una mujer ortodoxa. La dirección hizo algunos esfuerzos para mostrarse amable con él; intentó incluso hacerle pequeños favores. Pero esto no era la actitud de todos los guardianes.
    Algunos sádicos y brutales, lo injuriaban cada vez que lo encontraban. Todo esto es relatado por J. Pintar, el vecino más próximo de Mons. Stepinac, quien escuchaba todo. Mons. Stepinac respondía jamás, tampoco durante sus paseos, momento en que sus guardianes, a menudo, lo cubrían de insultos. Cuando recibía algún paquete, alguno de los guardias lo estropeaba, desmigajaba las tortas, aplastaba los limones, destrozaba las salchichas "para ver" si no habían escondido allí algún mensaje secreto, o bien guardaban el paquete durante días, calentándolo, hasta que los alimentos se descomponían. Le entregaban entonces el paquete en un estado lamentable. A menudo durante la noche, algunos guardianes entraban en su celda para insultarlo y humillarlo con la visible intención de turbar su sueño. Como jamás respondía y soportaba todo en silencio, su comportamiento los desarmaba, y poco a poco, estos hechos de verdadera tortura moral cesaron.
    En abril de 1948, el comandante de la prisión, que era el instigador del comportamiento de los guardianes, fue trasladado, y su reemplazante estableció un poco más de orden.
    El Arzobispo distribuía su tiempo entre la oración, la penitencia, la lectura y la escritura. Todos los días, celebraba Misa a las seis horas, luego hacía traducciones y escribía sermones. Leía y tomaba notas. Al principio, tenía derecho a tomar un baño. Se lo conducía y se vigilaba que no encontrara otro detenido en el camino. Pero un día, al regresar del baño, se cruzaron con varios detenidos en el patio; inmediatamente se los obligó a volverse de espaldas al Arzobispo y a cruzar los brazos en su espalda. Ante esto, Monseñor sólo respondió: "Gracias por mi baño, no lo tomaré más". Desde ese momento se higienizaba con una toalla humedecida en su habitación.
    Un día, un sacerdote detenido en una celda vecina, sucumbiendo ante tantas torturas morales se ahorcó. Mons. Stepinac lo encontró aún caliente y pidió al guardia que fuera a buscarle los Santos Oleos a la iglesia, para impartir al desdichado el último sacramento. El guardia lo hizo, pero perdió su empleo. Al partir, este guardián declaró: "hasta ahora Mons. Stepinac había conquistado algunos amigos, pero a partir de este momento tendrá miles".
    Si alguien intentaba hablarle, como lo hizo un dentista que también estaba detenido, se lo enviaba al calabozo por un mes. En la Navidad de 1948, la dirección autorizó a algunos sacerdotes prisioneros a compartir la comida del Arzobispo. Cada uno, a su turno, celebraron Misa y pasaron así la fiesta, orando y meditando. A mediodía, se escuchó a los detenidos entonar los cánticos navideños.

    INDICEHOMECONTINUA

     
  • Capítulo X: En el ocaso de su vida
  • Capítulo XI: Ecos después de su muerte
  • Capítulo XII: Algunos testimonios
  • Epílogo
  • Anexos
  • Bibliografía

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