Monday 28 April 2014

08 Bosnia y Herzegovina y la Primera Guerra Mundial

Aportes al esclarecimiento del origen de la Primera Guerra Mundial

Studia Croatica - Edición Especial
Buenos Aires, 1965
Ivo Bogdan - La cuestión de Bosnia y la Primera Guerra Mundial



VI. LA MONARQUÍA DANUBIANA DE LOS HABSBURGO Y LA CUESTIÓN DE ORIENTE

Analizando la evolución de la Cuestión de Oriente, impónese la conclusión de que la solución inadecuada dada a dicha cuestión, cuyo reflejo es la situación actual en el mundo, se debió a la visión incompleta del proceso general. No comprendiendo que el fondo de la Cuestión de Oriente es el encuentro y el conflicto de tres formas de civilización, las potencias occidentales, al promover sus intereses particulares sin preguntar mucho si eran justificados (considerando como algo natural la aplicación de las normas del realismo político, que no es sino la forma eufemística para el maquiavelismo), no tenían presente el bien general tanto de la humanidad como de la comunidad occidental a la que pertenecen y cuyos intereses son solidarios.
Esta errónea posición frente a un problema general, surgido durante el repliegue del Imperio otomano en la zona de encuentros y conflictos de civilizaciones no es propia de una sola potencia europea sino de todas.
En el encuentro decisivo de diferentes mundos de civilización, denominado la Cuestión de Oriente, las potencias europeas pasaban por alto la ubicación particular de la monarquía danubiana como confín oriental del mundo occidental. Únicamente así pudo ocurrir que las potencias europeas se escindieran en dos bloques hostiles con la participación de Rusia. Eso necesariamente originó el desajuste en el equilibrio europeo que tanto cuidaban las potencias europeas y con razón, pues, como dice Ortega y Gasset, dicho equilibrio era la expresión de la unidad europea[1]. Sólo Rusia no estaba muy interesada en mantener el equilibrio europeo, pues, no pertenece al concierto europeo y del conflicto de las potencias europeas pudo esperar una solución de la Cuestión de Oriente más favorable a sus anhelos expansionistas.
En este fatal proceso político lo más trágico no era la incomprensión de la misión histórica de la monarquía de los Habsburgo por parte de las demás potencias europeas y de los pueblos que la integraban, sino por parte de su propia dirección política. Pocos calaron hondo en la indispensable solidaridad de intereses de los pueblos danubianos en la época en que el Imperio otomano no constituía ya un peligro para Europa. Incluso hoy, después de trágicas experiencias, historiadores calificados sustentan la tesis de que la monarquía danubiana surgió en función de la defensa del cristianismo ante las invasiones turcas y que, desaparecido el poder de su antagonista, se extinguió también su razón de ser. Esa justificación a posteriori de la situación creada al terminar la primera guerra mundial -situación demasiado efímera-, adolece de la ausencia de una perspectiva más amplia.
No cabe duda que la monarquía danubiana se formó en circunstancias especiales durante el auge del poderío osmanlí, pero es evidente que los asaltos turcos no fueron ni el primero ni el último peligro de esa índole en una zona típica para los encuentros y conflictos del Occidente europeo e imperios euroasiáticos, portadores de formas culturales ajenas.
En la misma zona de transición, entre el sureste europeo y Asia anterior, el Imperio bizantino actuaba como un vigoroso rival de la cristiandad occidental. Las Cruzadas, combatiendo la presión plurisecular del mundo islámico, aceleran la disgregación de la sociedad bizantina, aunque su propósito fue incorporarla al cristianismo occidental. Los pueblos de la sociedad bizantina fueron, por fin, unidos bajo el dominio de los turcos otomanos que de ese modo asumieron la herencia de Bizancio. Sin embargo, los turcos no supieron detenerse en las fronteras de la sociedad occidental y provocaron guerras agotadoras que terminaron con su Imperio. Más aún, con el tiempo Turquía, ya Estado nacional, optó por integrarse al mundo occidental contemporáneo, transformado entre tanto en una sociedad laica y pluralista.
Mientras los pueblos danubianos estaban empeñados en las guerras turcas, en cuyo transcurso, durante la Migración de pueblos, irrumpieron masas bárbaras que asolaron el Imperio romano de Occidente, y en el siglo XIII arribaron las hordas de Gengis-Khan, los rusos moscovitas estaban creando un poderoso imperio euroasiático, en el que el mundo occidental ve sólo una Rusia semibárbara.
Cuando los rusos aparecen como pretendientes a la herencia turca, muy pocos estadistas europeos entienden que con ello la Santa Rusia reclama la su cesión de la Segunda Roma. La Rusia autocrática y césaropapista se considera heredera legítima de Bizancio por ser la mayor potencia del cristianismo oriental. La Europa liberal, en la época del positivismo, califica el mesianismo de la Santa Rusia como misticismo, circunscripto al terreno de fantasías inocuas. Rusia, sin embargo, actúa a sabiendas y con éxito como protectora de los cristianos orientales en el Imperio turco. Las potencias europeas que, tras la guerra de Crimea, asumieron formalmente esa protección, no aciertan sino a sostener el perimido Imperio turco. Mientras las cancillerías occidentales logran que Grecia y luego otros pueblos de la parte europea del Imperio turco renuncien a sus planes encaminados a restaurar el imperio de Oriente y adopten el sistema de Estados nacionales, los rusos recurren a otros medios para realizar sus sueños bizantinos. Rusia juega el papel de protectora de los pueblos eslavos en los Balcanes de la misma extracción cultural. Entran en juego hondas afinidades, por las que Garasanin considera deseable la ayuda rusa y ve en Austria al enemigo hereditario, pese al hecho de que fueron los ejércitos del Imperio de los Habsburgo y no los de los Romanov que quebraron el poder agresivo del Imperio otomano.


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