El pausado ingreso en el mundo de la pintura de este
artista, chaqueño de origen pero universal por su abierta sensibilidad, equivale
a entrar en un territorio callado, donde todas las cosas son amorosamente
enumeradas a media voz, con la exacta valoración de sus elementos principales,
los que le dan plenitud, significación y vigencia. Sostenidos en su gravidez
poética, esos elementos que confluyen en esta pintura, entonada en una liturgia
demorada y serena, son los de la cotidianeidad entendidos como encendidas y muy
perceptibles llamas poéticas aisladas, que arden cada una por gracia de sí
misma, y alimentando así sin pausa y también sin prisa alguna, el generoso
juego de la creación que Vladomiro Mariano Brnich alimenta sin cesar a partir
de sí y con el constante corriente de su sostenida inspiración.
Y así se trate de los rítmicos, de los cadenciosos pliegues
de una despaciosa túnica religiosa, una música serena e ininterrumpida preside
a estas equilibradas composiciones que buscan ansiosamente a la luz como su
justificación última, demoradas en las sosegadas ondas de un contrapunto de
botellas y de frascos, como en la renovada juventud de un fugitivo -y en las
manos del artista, perenne- vaso de flores o de bodegones- esa "Peinture
du genre" que tanto honra a los franceses, así como los ingleses se
detienen con maestría en las "Still Natures" o "Naturalezas
muertas", -Brnich recorre caminos inexplorados a través de la
transparencia reverberante de sus jarras, y entrega los frutos de su acendrada
vocación, en una cascada de luminosidades. Y aunque ajenas a los temas de su
poética pintura también se esmera para seguir los rastros de luz que provienen
de moldeaduras de refulgentes metales, en una epifanía de salvaje hermosura.
Poético por naturaleza, el pintor descansa en sus obras de
tanta vulgaridad, de tanto cansancio como los que suelen empobrecer la vida
cotidiana. Y lo hace renovando los senderos de la creación, enumerando sus
milagros visuales en una taumaturgia sin límites, y acudiendo, una y otra vez,
a las fuentes de luz que reconoce como sus serenos orígenes, y que él sabe
aprovechar como quien concluye por erigirse en señor de toda tormenta.
César Magrini
Escritor y Crítico de Arte
Buenos Aires. Primavera de 2003
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