Thursday, 25 July 2013

César Magrini sobre Vladomiro Mariano Brnich


El pausado ingreso en el mundo de la pintura de este artista, chaqueño de origen pero universal por su abierta sensibilidad, equivale a entrar en un territorio callado, donde todas las cosas son amorosamente enumeradas a media voz, con la exacta valoración de sus elementos principales, los que le dan plenitud, significación y vigencia. Sostenidos en su gravidez poética, esos elementos que confluyen en esta pintura, entonada en una liturgia demorada y serena, son los de la cotidianeidad entendidos como encendidas y muy perceptibles llamas poéticas aisladas, que arden cada una por gracia de sí misma, y alimentando así sin pausa y también sin prisa alguna, el generoso juego de la creación que Vladomiro Mariano Brnich alimenta sin cesar a partir de sí y con el constante corriente de su sostenida inspiración.
Y así se trate de los rítmicos, de los cadenciosos pliegues de una despaciosa túnica religiosa, una música serena e ininterrumpida preside a estas equilibradas composiciones que buscan ansiosamente a la luz como su justificación última, demoradas en las sosegadas ondas de un contrapunto de botellas y de frascos, como en la renovada juventud de un fugitivo -y en las manos del artista, perenne- vaso de flores o de bodegones- esa "Peinture du genre" que tanto honra a los franceses, así como los ingleses se detienen con maestría en las "Still Natures" o "Naturalezas muertas", -Brnich recorre caminos inexplorados a través de la transparencia reverberante de sus jarras, y entrega los frutos de su acendrada vocación, en una cascada de luminosidades. Y aunque ajenas a los temas de su poética pintura también se esmera para seguir los rastros de luz que provienen de moldeaduras de refulgentes metales, en una epifanía de salvaje hermosura.

Poético por naturaleza, el pintor descansa en sus obras de tanta vulgaridad, de tanto cansancio como los que suelen empobrecer la vida cotidiana. Y lo hace renovando los senderos de la creación, enumerando sus milagros visuales en una taumaturgia sin límites, y acudiendo, una y otra vez, a las fuentes de luz que reconoce como sus serenos orígenes, y que él sabe aprovechar como quien concluye por erigirse en señor de toda tormenta.

César Magrini
Escritor y Crítico de Arte

Buenos Aires. Primavera de 2003


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