Saturday, 5 May 2012

El poder como complejo psicologic ...

EL PODER COMO COMPLEJO PSICOLOGICO Y FENOMENO SOCIAL EN LA LITERATURA CROATA DESPUES DE LA GUERRA

VLATKO PAVLETIĆ
Studia Croatica, Año XI – Enero - Junio 1970- Vol. 36-37

"Hay que separar de una vez por siempre el poder y la violencia de los anhelos del espíritu".
IVAN SUPEK (*)
Si la personalidad del autor es la consecuencia extrema de la actuación recíproca —aumento acumulativo o disminución— de las diversas fuerzas que operan desde ella o sobre ella, entonces podemos afirmar con absoluta seguridad que la literatura de cierto período, en su totalidad, lleva en sí cicatrices de todas las presiones, rastros de todas las corrientes y huracanes que se agitaban sobre su horizonte.
La literatura croata de la posguerra, en consecuencia, es la expresión adecuada de la realidad objetiva, igualmente cuando trata de acercarse a ella con cautela o cuando lo hace con rodeos.
Que los escritores eluden problemas en determinado momento no es sociológicamente de menor importancia, como signo de dicho tiempo, de la que la tiene la creación artística de los mismos problemas "tabúes". Sin tomar en consideración todas las componentes sociales y políticas, nos resultaría difícil comprender de dónde llegan las flechas de diversos sentidos que se entrecruzan en cada accidente-vivencia individual, las que entretanto, no son otra cosa sino tangentes de existencia y salvación, ante asaltos y resistencia, condicionados por diferentes presiones sobre la zona no defendida o no prohibida que queda a la disposición de los escritores.
Si damos por verdadera la afirmación de Krleža[1] de que Lucifer está más cerca del escritor que su hermano menor Promoteo, entonces la posición del artista que se expresa mediante palabras en las situaciones sociales más apremiantes, resulta más difícil, más compleja y delicada que la del compositor y de los artistas plásticos. Estos encuentran su expresión en obras que carecen de un mensaje directo o de un desafío a lo existente; lo más grave que puede ocurrirles es la pérdida de la subvención material de los órganos estatales para las obras que están pintando o esculpiendo a la sombra de talleres sostenidos oficialmente, en el silencio de sus modestas y oscuras boardillas a la espera de días más luminosos y de más amplia libertad creadora. El escritor, en cambio, para obtener el título de artista de la palabra, debe tener también la posibilidad de publicar sus escritos pero ¿cómo va a hacerlo si resulta ya peligroso redactarlos calando en ellos más hondo de lo permitido? Y siempre se les permite tan poco que ni siquiera aquellos qua cargan con la cruz vergonzosa del conformismo saben a ciencia cierta en qué momento caerán bajo su peso o, dicho más concretamente, a que "amo" podría parecerle que no llevan esa cruz con la suficiente paciencia y sumisión.
Dentro de las mismas y limitadas perspectivas del mundo hay hombres conservadores, dogmáticos y liberales; y, adherirse, en determinado momento, a una de esas corrientes no significa; por cierto, evitar confrontaciones y conflictos surgidos dentro de la misma corriente, dentro de sus extremas posibilidades de duda y aberración como, por ejemplo, entre el ala derecha o la izquierda. La historia de la literatura universal, especialmente la soviética, es una muestra trágica de los talentos caídos, hasta genios, por no haber comprendido a tiempo que no era el momento para publicar. Ignoraron que realmente se ocultaba detrás de los "slogans" y bajo la superficie de las constantes deformaciones de las ideas y principios originalmente puros y revolucionarios como lo son el humanismo, la libertad y la liberación de clases e individuos. La revolución devora no sólo a sus hijos, sino que a menudo anula el propio sentido que le ha dado vida. Pero sin este sentido como condición fundamental, y sin los demás requisitos de una creación libre, los escritores se verán obligados a elegir entre escasas posibilidades: cuidar su vida, perdiendo lo humano o, cuidar lo humano, arriesgando la vida. O, finalmente, desilusionados, conformarse con su suerte, aceptando la muerte por decisión propia (Esenin, Maiakovski, Fadeev) o mediante la "ayuda" de los órganos del poder (Bebelj, Pilnjak y otros) a menos que desean producir permanentemente, mecánica y apologéticamente fetos muertos. Las limitaciones y el miedo al dogma staliniano, impuesto por la fuerza brutal constituyen la fuente, sin duda alguna, de la obsesión de terror de muchos escritores soviéticos contemporáneos en el cuarto decenio del siglo XX. En lugar de la revolución permanente de Trotzki, rechazada con razón, en la Rusia Soviética, Stalin logró implantar el miedo permanente a que también él sucumbió de acuerdo a la vieja verdad de que quienes infunden miedo a muchos, a su vez temen a muchos. Hallándose en una situación semejante, los escritores soviéticos sólo pudieron existir a condición de desempeñarse como apologistas de aquella sociedad y obedeciendo ciegamente al Partido, puesto que los heréticos (hasta cuando son soñadores) desaparecen inesperadamente del escenario vital. Si algunos de ellos sobrevivieron, fue gracias a su abstención por iniciativa propia, mientras otros supieron desarrollar a tiempo y afilar su capacidad de autocensura hasta límites insospechables. El miedo, personificado en ese censor, se esconde en el alma de cada escritor. Tal es la imagen que quita el sueño y la realidad objetiva de la atmósfera descripta, verbigracia, por Mihailo Bulgakov en el prólogo y el epílogo de su obra satírica La Isla Purpúrea, condenada y desenmascarada en nuestros días por A. Solzenicin en la polémica sostenida con los miembros de la Comisión Directiva de la Liga de escritores, defensores burocratizados y representantes de la verdad unicolor. Pero estos temas son los arquetípicos dentro de la literatura rusa, bien conocidos por Gogol y tan caros a Dostoievski: El Gran Inquisitor y el pequeño censor.
En la literatura croata contemporánea el primero en observar el fenómeno del fantasma staliniano en ese campo de la vida espiritual que engendra la desolación fue Krleža, nuestro escritor más destacado y revolucionario. En su novela Al borde de la razón, a lo largo de un capítulo entero, desenmascara el dogmatismo en toda su estrechez mental, exigiendo que se reconozca que también "el claro de luna puede constituir una visión del mundo". Y por otra parte en el Banquete en Blitva ofrece la imagen reconocible de la Yugoeslavia monárquica como una cárcel de pueblos e individuos estilizada hasta configurar una visión universal de la verdad en eterno conflicto. En esta obra, Krleža demuestra la incompatibilidad de la ideología estatal formativa con la del humanismo; pinta la ambición inescrupulosa del representante del poder estatal, quien, no sólo verbalmente, sino también con sus procedimientos y con todo su ser y vida entera niega a las personalidades ilustres de los revolucionarios activos y los heréticos contemplativos. Continúa analizando este autor el tema del ovillo ensangrentado del poder que no se detiene ante nada, humillando y aniquilando a todo lo humano. En su drama Areteo vigoriza ese viejo tema con una nueva modalidad, proyectando en el tiempo para hacer más destacable la verdad de que la humanidad se eleva muy despacio y avanza lentamente, resultando así que todavía hoy a menudo habla el gorila sediento de sangre con forma de hombre a través del receptor telefónico.

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