EL CARDENAL LUIS STEPINAC
Abogado de la causa divina y de su pueblo croata. — Reflexiones a los 10 años de su muerte (+ 10 de febrero de 1960)
FRANCISCO NEVISTIĆ
Studia Croatica, Año XI – Enero - Junio 1970- Vol. 36-37
RESULTA un asunto muy delicado escribir sobre cosas y personalidades religiosas en tiempos netamente antirreligiosos. Nos exponemos al peligro de ser mal entendidos. Algunos podrían declararnos ignorantes, anticientíficos, oscurantistas. B. Russell, J. Huxley, J. Rostand —toda una serie de autoridades reconocidas— son arreligiosos, ateos. Russel, uno de los talentos matemático-filosóficos más destacados de nuestro siglo, exigía que no se lo considerase cristiano y escribió un libro: Why I Am not a Christian? — ¿Por qué no soy cristiano? Oponerse a tantas autoridades científicas ¿no es una osadía de ignorante?
Además, nuestro subtítulo podría ser calificado de polémico y provocativo, incluso para cuantos se declaran públicamente católicos. Podrían imputarnos la pretensión de atribuir a los hombres lo que pertenece sólo a Dios, de elevar los intereses del pueblo croata a la categoría de una cosa divina sin más, confundir las fronteras entre los valores universales en su pura autenticidad y los intereses particulares contaminados, posiblemente, por depravaciones de cualquier índole. Finalmente, semejante posición resultaría ofensiva para la personalidad de Stepinac, lo que querríamos evitar a toda costa, pues este extraordinario hombre se eleva por encima de todas las consideraciones de ese carácter.
Conscientes de este peligro, trataremos de explicar con más precisión a qué nos referimos y cuál es nuestra preocupación primordial al empezar a escribir este artículo dedicado a la eximia personalidad del cardenal Stepinac con motivo del primer decenio de su muerte.
Por de pronto, reconocemos también sinceramente motivos utilitarios nacionales. Pero ¿no es ésta una posición equivocada a priori? El utilitarismo nacional ¿no es causa fundamental de la confusión axiológica general y de la división "egotista" tan característica en la crisis de nuestra época? ¿Tenemos en perspectiva el derecho y la posibilidad de alguna justificación, de invocar lo que consideramos un valor universal para nuestros particulares fines utilitarios?
Al pensar en esto, nos inquietan las investigaciones histórico-culturales del profesor austríaco F. Heer. "El abogado de la causa divina", como hemos dicho en el subtítulo, asocia inevitablemente nuestros pensamientos con el conocimiento y la experiencia del mencionado profesor, referentes al más grave error y abuso atribuibles a la autoridad eclesiástica y a los dignatarios de la Iglesia, que se halla en los fundamentos mismos de la "crisis" del cristianismo. ¿No se esconde detrás de nuestra formulación en el subtítulo el viejo intento de transferir al hombre la autoridad de Dios, que Heer considera con toda razón el abuso fundamental de las autoridades en general y de las autoridades eclesiásticas en especial? [1] Esto es lo primero que hemos de tener presente al escribir este artículo.
Pero, además, como hemos dicho al principio, enaltecer a una personalidad religiosa, significa para muchos tomar posición contra la ciencia, el progreso y la civilización. La evidencia de esta "verdad" se revela especialmente ante el hecho de tantos éxitos científico-técnicos —viajes a la luna, imágenes instantáneas y transmisión de la voz del hombre que camina por Selene, a todos los puntos de la Tierra, por un lado— y tantas divisiones religiosas, hasta dentro del propio cristianismo que nuevamente amenazan desdoblar su último baluarte, a la Iglesia Católica. En lugar de someternos a la razón científica que está engendrando conocimientos seguros y a la lógica concordancia que surge de ellos, y que resulta condición indispensable para la tolerancia entre los hombres, los pueblos y las naciones, nos atenemos a Ias fantasías religiosas que siembran la intolerancia e instauran el culto de las deidades tribales con consecuencias de odio y de conflictos sin solución. La batalla milenaria contra la fe y la religión, por un lado, y la razón, la ciencia y la incredulidad, por el otro, parece como si tocara a su fin, volcándose inexorablemente en favor de estas últimas. ¿Cuál es, entonces, la verdad?
La Religión, la Civilización y el Progreso
La religión, especialmente la religión cristiana, tuvo siempre dificultades en el decurso de su vida casi bimilenaria.
A. J. Toynbee nos relata un caso famoso, acaecido en los albores de la era cristiana, que caracteriza luego toda la historia del cristianismo. "Al terminar en el imperio romano la lucha entre la victoriosa iglesia cristiana y la religión local precristiana, se produjo un célebre incidente en el momento en que el gobierno imperial, romano-cristiano, estaba cerrando por la fuerza los templos paganos y suprimiendo las formas paganas de culto en la parte occidental del imperio. En el curso de esa campaña, el gobierno mandó que se quitaran del Senado de Roma la estatua y el altar de la Victoria, que colocara allí Julio César. El vocero del Senado de aquella época, Quinto Aurelio Símaco, sostuvo una controversia con San Antonio sobre el asunto, y han llegado hasta nosotros los documentos de esa controversia. Símaco quedó derrotado, no por los argumentos sino por force majeure. El gobierno sencillamente cerró los templos y quitó las estatuas. Pero en uno de sus últimos alegatos, Símaco dejó escritas estas palabras : `Es imposible llegar a tan grande misterio siguiendo un sólo camino. El misterio de que hablaSímaco es el misterio del universo, el misterio de la relación en que está Dios con el bien y con el mal. El cristianismo nunca respondió a Símaco. Suprimir una religión rival no es dar una respuesta. La cuestión planteada por Símaco está aún viva en el mundo actual. Creo que ha llegado para nosotros el momento de encararla".[2]
No podemos aceptar esa opinión del historiador británico de que los filósofos y teólogos cristianos, sus santos y su Magisterio no hayan dado la respuesta. Podríamos admitirla a condición de decir que esta respuesta no fue comprendida por muchos y que quedó oscurecida por la vida efectiva de los cristianos, incluso de los más representativos, pero que no era el testimonio de su verdad cristiana. Pero sí podemos aceptar la verdad del planteamiento del problema por Símaco, así como que hubo y hay hasta nuestros días muchos Símacos que piden una respuesta más clara, más aceptable, más convincente. El hombre científico moderno no se conforma con que se invoquen ante él la santidad y la autoridad de la glesia, dice un filósofo croata. Pide la justificación de nuestra creencia ante el juicio de la razón. [3]
Varias veces fue acusado el cristianismo de ser adversario del progreso y la civilización. Tanto en la teoría como en la práctica.
Cuando un Jean Rostand dice, con toda sinceridad, que querría que Dios existiese, pero que él no puede creer en su existencia, es un nuevo y moderno Símacoque pide razones para la creencia cristiana.. "Me incluyen entre los ateos —dijo a un sacerdote francés— y yo lo acepto. Pero ¿qué es un ateo? En lo que yo no creo es en un Dios personal que miraría, juzgaría, nos castigaría o daría premios. Pero no tengo ningún derecho a negar a un Dios, que representaría una especie de sentido de la evolución, una perfección terminada, entretejida profundamente en el universo..." Claro que una enunciación así, hecha por una autoridad como la suya, confunde, replantea el problema de Símaco para todos nosotros. Y hay tantas otras autoridades, desde Einstein, Julián Huxley senior, Julián Huxley junior, B. Russell hasta el propio J. Rostand que hablan así.
Ver artículo completo en: http://www.studiacroatica.org/revistas/036/03601.htm
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