Bahía
San Blas. Lunes 23 de abril de 2012. Cayó la noche. María, encendida aguas
adentro, ilumina el tenue oleaje que dibuja la superficie de la ría. Todo es
silencio en éste, mi lugar en el mundo, sólo interrumpido por el arrullo de los
olivos que despeina el viento de otoño.
Señor,
me estremece la ternura de tu presencia. Siento en mis pesares el calor de tus
caricias!
Tú
sabes que estoy cansado Señor, que el peso de la cruz supera con creces mis
fuerzas. No necesitas que te cuente de mis méritos.
Tampoco
de mis sufrimientos ni de mis fracasos. Ni de mis adversidades. Ni de mis
batallas. Muchas de ellas con un enemigo nada fácil: yo mismo.
Tu
sabes que te amo Señor! Que me sigue conmoviendo hasta las lágrimas el
sufrimiento de tu pasión redentora. Que, como el primer día, me estremezco de emoción
cada vez que cobras vida en el pan y en el vino que mis manos sostienen por
obra de tu gracia. Sabes que he procurado serte fiel en cada instante, que he
aceptado con humildad los desafíos que me propusiste, que he abrazado con ardor
el testimonio de la pobreza franciscana. Sabes que con el corazón grande que me
diste fatigué huellas tras pobres y afligidos para tenderles la mano, para
mostrarles la luz de tu rostro, el tesoro de tus bienaventuranzas, la ternura
de tu abrazo.
Señor,
anhelé desde lo más profundo que mis hermanos sientan que en Ti los amo. No
siempre lo he logrado. Tu sabes de mis timideces, pero también de desaciertos
que lamento. Quizás obnubilaciones de un cuerpo enfermo. Quizás excusas con las
que he intentado disfrazar mi humana incapacidad para trasmitir que, más allá
de toda apariencia, lo que en verdad necesitaba y quería era amar y ser amado.
No sé qué fuerza destructora, qué traición de la carne ahogó tantas veces mis
gritos!
Me
duelen los dolores causados a quienes quisieron mi bien. Me piden que cuide mi
cuerpo Señor. Pocos comprenden que el peso de la cruz me ha abatido, que no
encuentro fuerzas ni sentido para luchar con contingencias humanas, que sólo me
queda aliento para soñar el encuentro contigo.
Aquí
estoy Señor, con la fe intacta, no apegado a bien alguno, sangrante,
descarnado... Sé que Tú, que conoces de llagas, no me juzgarás por los
tropiezos sino por el amor con que te ofrezco el dolor de mis heridas.
Padre
-una vez más- estoy cansado. Cuando lo dispongas, me encuentro listo para tu
llamado. Imagino el descanso de mi cuerpo en este pueblito de pescadores, a la
sombra de los olivos de este predio que es también pedacito de mi Croacia
amada. Imagino que cuando con los años se incline la cruz de mi sepultura, ya descascarada
por el sol y los vientos, seguirá habiendo algún visitante que se detenga a
decir: aquí yace el cura que levantó la Virgen sobre las aguas, o que construyó
la capilla junto a las olas, o que casó a mis abuelos, o bautizó a mi padre, o
nos habló de Cristo en la cocina del rancho. Quizás alguno -que conoció mi alma
de cerca--diga aquí yace un hombre que vivió el amor...
Señor,
sabes que cuando me llames no te encontrarás frente a un héroe ni a un santo.
Te suplico me recibas como al buen ladrón crucificado junto a Ti en el Gólgota.
Como él, con humildad de corazón te digo, "Jesús, acuérdate de mí". Y
como él, desde los harapos de mi cuerpo y de mi alma, con la fe intacta en tu
misericordia, confío que habrás de regalarme la misma ternura en tu mirada y
las mismas palabras: "Te aseguro que hoy mismo estarás conmigo en el
Paraíso".
Señor,
es la hora del reposo. Que se haga en mí tu voluntad!
Nino Rukavina