Wednesday, 30 April 2014

Plegaria - In Memoriam del Padre Esteban Gregov



Bahía San Blas. Lunes 23 de abril de 2012. Cayó la noche. María, encendida aguas adentro, ilumina el tenue oleaje que dibuja la superficie de la ría. Todo es silencio en éste, mi lugar en el mundo, sólo interrumpido por el arrullo de los olivos que despeina el viento de otoño.

Señor, me estremece la ternura de tu presencia. Siento en mis pesares el calor de tus caricias!

Tú sabes que estoy cansado Señor, que el peso de la cruz supera con creces mis fuerzas. No necesitas que te cuente de mis méritos.

Tampoco de mis sufrimientos ni de mis fracasos. Ni de mis adversidades. Ni de mis batallas. Muchas de ellas con un enemigo nada fácil: yo mismo.

Tu sabes que te amo Señor! Que me sigue conmoviendo hasta las lágrimas el sufrimiento de tu pasión redentora. Que, como el primer día, me estremezco de emoción cada vez que cobras vida en el pan y en el vino que mis manos sostienen por obra de tu gracia. Sabes que he procurado serte fiel en cada instante, que he aceptado con humildad los desafíos que me propusiste, que he abrazado con ardor el testimonio de la pobreza franciscana. Sabes que con el corazón grande que me diste fatigué huellas tras pobres y afligidos para tenderles la mano, para mostrarles la luz de tu rostro, el tesoro de tus bienaventuranzas, la ternura de tu abrazo.

Señor, anhelé desde lo más profundo que mis hermanos sientan que en Ti los amo. No siempre lo he logrado. Tu sabes de mis timideces, pero también de desaciertos que lamento. Quizás obnubilaciones de un cuerpo enfermo. Quizás excusas con las que he intentado disfrazar mi humana incapacidad para trasmitir que, más allá de toda apariencia, lo que en verdad necesitaba y quería era amar y ser amado. No sé qué fuerza destructora, qué traición de la carne ahogó tantas veces mis gritos!

Me duelen los dolores causados a quienes quisieron mi bien. Me piden que cuide mi cuerpo Señor. Pocos comprenden que el peso de la cruz me ha abatido, que no encuentro fuerzas ni sentido para luchar con contingencias humanas, que sólo me queda aliento para soñar el encuentro contigo.

Aquí estoy Señor, con la fe intacta, no apegado a bien alguno, sangrante, descarnado... Sé que Tú, que conoces de llagas, no me juzgarás por los tropiezos sino por el amor con que te ofrezco el dolor de mis heridas.

Padre -una vez más- estoy cansado. Cuando lo dispongas, me encuentro listo para tu llamado. Imagino el descanso de mi cuerpo en este pueblito de pescadores, a la sombra de los olivos de este predio que es también pedacito de mi Croacia amada. Imagino que cuando con los años se incline la cruz de mi sepultura, ya descascarada por el sol y los vientos, seguirá habiendo algún visitante que se detenga a decir: aquí yace el cura que levantó la Virgen sobre las aguas, o que construyó la capilla junto a las olas, o que casó a mis abuelos, o bautizó a mi padre, o nos habló de Cristo en la cocina del rancho. Quizás alguno -que conoció mi alma de cerca--diga aquí yace un hombre que vivió el amor...

Señor, sabes que cuando me llames no te encontrarás frente a un héroe ni a un santo. Te suplico me recibas como al buen ladrón crucificado junto a Ti en el Gólgota. Como él, con humildad de corazón te digo, "Jesús, acuérdate de mí". Y como él, desde los harapos de mi cuerpo y de mi alma, con la fe intacta en tu misericordia, confío que habrás de regalarme la misma ternura en tu mirada y las mismas palabras: "Te aseguro que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso".


Señor, es la hora del reposo. Que se haga en mí tu voluntad!


Nino Rukavina

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