Tuesday, 13 June 2017

El milagro croata - Velimir Radnic (cuarta y última parte)


El milagro croata

El repentino surgimiento de una "nueva Nación"

Velimir Radnic, Buenos Aires
(cuarta y última parte)

Confusión en Croacia

Por otro lado, en Croacia continúa la confusión con el eslavismo por los motivos que ya hemos mencionado: la creencia en que todos los eslavos (mejor dicho, los pueblos de habla eslava) son hermanos, y la necesidad psicológica de pertenecer a un grupo más fuerte y numeroso.

Serbia supo aprovechar estos sentimientos ajustando la propaganda a sus objetivos: ya no se habló de la conquista al estilo del imperio medieval del zar Dusan, sino de la "liberación de los eslavos del sur del yugo de la Monarquía negro-amarilla" (los colores de la bandera austríaca). Ahí se produjo un fenómeno muy interesante: el hombre común en Croacia no se dejó engañar. Estando, más que los intelectuales, en contacto con los ortodoxos -ahora serbios- observaba en la vida diaria las diferencias entre los caracteres y objetivos de las dos naciones. No así en los círculos intelectuales donde hubo soñadores croatas que hasta fueron a pelear al lado de los serbios en las guerras balcánicas.

Un episodio que ocurrió en el año 1902 ilustra claramente el estado de ánimo en aquel período: en una publicación de la minoría serbia en Hungría apareció un artículo bajo el título "serbios y croatas" con la tesis de que los croatas "no pueden tener un estado independiente puesto que no tienen su lengua separada, ni costumbres comunes, ni conciencia de pertenencia nacional común". El artículo termina con estas palabras: "Por esto tenemos que luchar hasta la aniquilación nuestra o la de ellos. Una parte tiene que sucumbir. Que será la de los croatas está garantizado por nuestra ventaja numérica, por la posición geográfica, por la circunstancia de que viven mezclados con serbios y que, de acuerdo al proceso de evolución, la idea serbia significa el progreso".

Como vemos el escritor enumera algunas dificultades para la afirmación definitiva de Croacia, que mencionamos también nosotros. Pero que un "proceso de evolución" le dé derecho a Serbia a "aniquilarnos" se inspiró en una teoría racista que fue expuesta en esos años en Austria. La insolencia de la minoría serbia en Croacia había llegado en esa época a tal punto que se atrevieron a transcribir este artículo en una publicación suya de Zagreb sin comentario alguno, como si representara la opinión de la redacción.

Por supuesto, este desafío a muerte, de parte de una minoría de inmigrantes, provocó indignación, ira y revuelta entre los croatas, habiéndose producido varios incidentes: daños a las propiedades serbias, roturas de cristales de sus negocios, etc. En una casa con un negocio serbio en Zagreb, vivía con su familia el conocido político croata Esteban Radic. Sin vacilar él bajó a la calle y, enfrentándose con la furiosa masa, gritó que no hay que hacer daño a los serbios, que es cierto que ellos muchas veces pactan con los enemigos de Croacia, pero que por esto no dejan de ser "nuestro hermanos eslavos". Hay que perdonarlos, dijo, como se perdona a los hermanos, y luchar junto con ellos contra nuestros verdaderos enemigos, que son los húngaros y los austríacos.

Milagrosamente no le pasó nada ni a Radic ni a su familia. Dos años más tarde él fundó, con su hermano, el "Partido Campesino Croata" que pronto tuvo una enorme atracción, llegando a ser el partido más importante, una vez formado el Reino de Serbios, Croatas y Eslovenos (después de 1929: "Reino de Yugoslavia"). La vigorosa lucha que Radic emprendió contra las injusticias nacionales y sociales, y su excepcional carisma personal, empezaron a amenazar seriamente la supremacía de Belgrado. Su acción entusiasta y honesta, al atacar también la explotación económica de las regiones "allende el río Drina" (precani) empezó a atraer inclusive a las minorías serbias en Croacia y Bosnia. Al llegar la situación política a este punto, un diputado serbio sacó su metralleta en medio del parlamento de Belgrado y mató a Radic y a dos diputados de su partido, hiriendo a otros. Todo esto de manera fría y premeditada (1928).

Con esto terminó para siempre la ficción de la "Hermandad Eslava del Sur" (yugoslava), y la desunión era solamente cuestión de tiempo.

Contrario a la consternación y conmoción que la masacre en el parlamento había producido en Croacia, los serbios no se alteraron para nada; como si hubiera ocurrido un episodio más, casi normal, en su vida política. El principal diario del Belgrado, que solía vanagloriarse de sus posiciones democráticas comentó de manera muy sumaria, al día siguiente, el sangriento episodio, que había sucedido en una institución intrínsicamente democrática como era el parlamento: "El señor Radic trató de pelear contra el Estado, pero el Estado fue más fuerte". El cínico comentario es un típico rasgo balcánico: en la lucha por el poder, cualquier método, aún el más repugnante, es lícito, y ni siquiera es necesario taparlo o suavizarlo. Los poemas nacionales serbios reflejan fielmente este espíritu.

La vecindad con Serbia, con su secuela de dolores y de sangre, atrasó la independencia nacional croata; pero uno se pregunta si el relativamente corto episodio yugoslavo, de 70 años, no fue un paso necesario para que la Croacia milenaria se ubicara definitivamente en su lugar de nación libre entre las naciones libres de Occidente.

Conclusión

Bajo tantas circunstancias adversas parece un verdadero milagro que Croacia finalmente haya logrado liberarse y formar su estado independiente. Pero, aparte de la ayuda del cielo, que se evocaba en tantas ocasiones patrióticas croatas, hubo evidentemente factores de este mundo que ayudaron a vencer y que prevalecieron sobre todas las adversidades mencionadas en el texto precedente.

Señalaré los tres más importantes:

La continua existencia del Parlamento Croata, el Sabor.

La asamblea de los nobles, bajo el nombre de Sabor, se conocía desde el tiempo de la llegada del pueblo croata a nuestra actual patria, hace unos 1400 años. Evidentemente ellos ya tenían un sentimiento de pertenencia mútua que se parecía a nuestro moderno patriotismo. Luego, al afirmarse el feudalismo como sistema prevaleciente en todos los estados europeos, el mismo proceso ocurrió también en Croacia; de los relativamente igualitarios poseedores de las tierras conquistadas, algunos adquirieron más bienes y se convirtieron en grandes señores feudales, introduciéndose también las demás reglas que en tal sistema regían. No hay pruebas, pero hay indicios de que en la gran contienda del siglo XI después de la muerte del último miembro de la dinastía Trpimirovic de origen croata, Pedro Svacic, fue el candidato de la antigua nobleza igualitaria. Los señores feudales del norte, ya imbuidos de las nuevas ideas, no tuvieron reparos en elegir para su rey a un extranjero (en este caso un húngaro) con tal de tener garantizados todos sus derechos y privilegios. Además, el candidato húngaro, Koloman, era sobrino del último Trpimirovic. De todos modos él firmó el conocido documento "Pacta conventa" de 1102 reconociendo a Croacia como un separado "país de la corona húngara", gobernado por el ban que actúa como representante del rey.

De cualquier modo, durante toda su existencia -sea en su forma antigua, en la feudal o en la burguesa, incluyendo el período de su desesperada lucha con los turcos- el Sabor, en todo momento necesario, evocaba la soberanía del Reino de Croacia. "Regnum regni non prescribit leges" (un reino no puede imponer leyes a otro reino) fue la famosa fórmula que invocaba el Sabor siempre que el parlamento húngaro trataba de introducir algún cambio en contra de los intereses de Croacia. De esta manera el Sabor no fue solamente defensor de los privilegiados de la nobleza, sino también importantísimo símbolo -símbolo vivo- de la identidad nacional croata.

Por primera vez en su historia la institución fue eliminada en el momento de la unión con Serbia en 1918. Pero al empezar, casi de inmediato, la lucha contra el centralismo impuesto por Belgrado, mi generación tiene vivos recuerdos que en los escritos, en las asambleas espontáneas o reunidas ad hoc, como también en las manifestaciones callejeras, las exigencias y los gritos que se escuchaban después de: "Libertad, libertad" siempre fueron: "­Sabor, Sabor!".

Efectivamente el Sabor croata, como testigo milenario de la nación, fue, por su mera existencia, un faro dentro de la confusión del "mundo eslavo" o las pretenciones de afuera.

El sentimiento de pertenencia a Occidente.

Este sentimiento está profundamente enraizado en el pueblo croata. Unía espiritualmente a los croatas del norte panónico, con los de las montañas dináricas y los del sur adriático; o sea los tres grupos cuyas diferencias culturales y psicológicas que actuaban a veces en dirección centrifuga. Pero el sentimiento común de pertenencia al Occidente producía la necesaria homogenización del país resquebrajado y dividido en dos, tres zonas.

Todos los visitantes de Croacia, científicos o periodistas extranjeros, observan el categórico rechazo de toda la población si tratan de clasificarlos, a ellos o a su país, como "balcánicos". Es el fuerte sentimiento que ignoraban los confundidos visionarios de la "hermandad eslava" desde el siglo XIX, pero que irrumpió con todas sus fuerzas después de la desafortunada unión con Serbia.

Eslovenia, nuestra vecina del oeste, de habla eslava, comparte y compartía este sentimiento. Tal vez sin querer lo atestiguó, nada menos que el conocido escritor serbio y ex presidente de la nueva República Yugoslava, D. Cosic. El comentó, hace algunos años, que siendo todavía miembro del Comité Central del partido comunista yugoslavo el destacado líder comunista esloveno, Eduardo Kardelj, le había confiado en una oportunidad: "Cuando desaparezcan las fronteras nacionales de Europa, nosotros, los eslovenos, nos acercaremos, por nuestras afinidades culturales, a los austríacos y a los italianos mientras que ustedes, los serbios, se unirán a los griegos y a los búlgaros, a quienes pertenecen por su historia y cultura".

Evidentemente en aquel entonces el camarada Kardelj, creía que las fronteras estatales serían borradas por el comunismo. Pero de todas maneras sus palabras resultaron proféticas: el proceso que él había previsto empezó a realizarse delante de nuestros ojos; Eslovenia impacientemente espera su admisión a la Comunidad Europea, lo mismo que Croacia.

Esteban Radic, el presidenee del Partido de los Campesinos y el más importante político croata en la primera Yugoslavia (1918/1928, o sea hasta el año en que empezó la dictadura del rey Alejandro) ya desilusionado de sus "hermanos eslavos", escribe en el diario que llevaba en la cárcel, del día 6/4/1920, que la idea de la unidad nacional debe ser basada sobre la cultura y menciona el ejemplo de los suizos, que hablan el francés pero no quieren ser franceses. (El ejemplo de Suiza, además, demuestra cómo las mentalidades e intereses de los montañeses prevalecieron sobre sus tres idiomas, aún estando al lado de poderosos centros idiomáticos como Francia, Alemania e Italia). Parece que algo se rompía en el alma del Radic, el viejo eslavófilo, cuando al final de este día escribe: "Toda nuestra historia es un gran plebiscito en favor de la cultura occidental".

Este "plebiscito" fue, sin duda alguna, el segundo factor importente para la cohesión de Croacia.

En el texto anterior mencioné que las tierras despobladas al retirarse la marea turca habían sido pobladas por gente de diversos pueblos europeos: alemanes, checos, austríacos, etc. Su lealtad hacia su nueva patria, Croacia, e inclusive su croatización, muchas veces ya en la primera generación, se debe al mismo factor. Ellos venían del oeste y, viviendo en Croacia, estaban en el Occidente.

Distinta fue la situación de los ortodoxos. Siendo o no de origen valaco, por su pertenencia religiosa se sentían atraídos por Bizancio y, luego, por Moscú, la "Tercera Roma". Este sentimiento los diferenciaba profundamente de la población croata y está en la raíz de los terribles problemas que trajo la unión yugoslava al pretender unir los dos mundos. Varios analistas políticos consideran que la famosa ruptura con la Unión Soviética (1948), que tanta ventaja material y publicidad favorable dió a Yugoslavia, se pudo producir solamente por estar al frente del partido comunista el croata Tito. Un serbio, por más comunista e internacionalista, nunca hubiera podido oponerse a la "Madre Rusia", sentimiento de lealtad que tiene inculcado desde la cuna.

Al hablar de la importancia de la cultura que por supuesto incluye la religión, creo útil mencionar, en pocas líneas, otro fenómeno que se dio en Bosnia respecto a la población que, hace más de cuatro siglos, se había convertido al mahometanismo. Al ser Bosnia nuevamente unida con Occidente (militarmente en 1878 y políticamente en 1908), ya en plena época del nacionalismo, los intelectuales y los políticos musulmanes se consideraban de nacionalidad croata, e inclusive, enfatizaban sus deseos de pertenecer a Occidente.

Al formarse en 1918 el Reino de Serbios, Croatas y Eslovenos, 24 diputados musulmanes fueron elegidos para la Asamblea constitucional. Veintitrés de ellos se declararon croatas, y uno, serbio. Ahora bien, los representantes políticos en aquel momento pertenecían a la clase alta, mayormente a la nobleza, los "begs", que históricamente procedían de la aristocracia croata católica. En cuanto a cuestiones religiosas eran tolerantes y, algunos, indiferentes.

Distintas fueron las capas sociales más bajas que se adherían fuertemente a su religión y que, al subir, con el tiempo, socialmente y políticamente, empezaron a dar su sello a toda la población musulmana. A pesar de sus facciones de origen norte-europeo - mucho más que los búlgaros o serbios- siguiendo su religión se sentían atraídos a los países islámicos; especialmente cuando ellos fueron los únicos en darles ayuda y sostén en la terrible desgracia de esta última guerra.

Ahora están en una situación sui generis, inexistente en cualquier otro lugar del mundo: de ser "croatas de fe musulmana" se convirtieron en "musulmanes" a secas, en "Musulmanes" con mayúscula (lo que debería significar nacionalidad) y ahora sus políticos les enseñaron que deben llamarse "bosniacos" que tampoco es una solución, ya que muchos son de Herzegovina, una provincia tan histórica como la misma Bosnia. Además, el mismo nombre se da a los croatas y serbios de Bosnia.

Esto demuestra el daño que produce el hecho de pertenecer, al mismo tiempo, a dos mundos marcadamente distintos: a uno, por su origen europeo; y al otro, por su religión oriental. Confío que, con el tiempo, reasumirán la posición prooccidental de sus estratos superiores y creo que su religión, por ser universalista, no representará ningún obstáculo. Pero una cosa es segura: todos nosotros debemos acompañar este proceso con simpatía, tratando de entender que no hay moldes fijos en la vida social y que no todo el mundo tiene que adoptar aquellos conceptos del nacionalismo que se establecieron en Europa durante los últimos dos, tres siglos.

Ante Starcevic

Como regla general creo que los grandes hombres de la historia son un producto de su tiempo. Sin embargo, estoy convencido de que el político y escritor croata del siglo pasado, Ante Starcevic, que con derecho lleva el título de "padre de la Patria", pertenece a los pocos que, influyendo fuertemente en la formación de la corriente política, lograron cambiar su rumbo. Visualizo a Starcevic como una roca surgida del lecho del río, que con su inmovilidad y constancia cambia la dirección del mismo.

Durante más de 50 años de acción política su prédica constante fue que los croatas no tienen que ceder derechos a los Habsburgo o a los húngaros, como tampoco hay que buscar apoyo de los otros pueblos que hablan idiomas eslavos. El glorioso pasado croata tiene que llenarlos de orgullo y darles fuerzas para vencer, ellos solos, las dificultades. De todos los "eslavos del sur" solamente los croatas son una nación en el verdadero sentido de la palabra: llegaron del norte y conquistaron su actual tierra bajo el nombre croata, el mismo que tenía en su territorio original, al norte de los Cárpatos.

Todos los demás pueblos de habla eslava en el sur de Europa recibieron sus nombres de acuerdo a las nuevas circunstancias: los eslovenos, por hablar un idioma eslavo al lado de sus vecinos de habla alemana; los bosníacos por vivir alrededor del río Bosnia; los macedonios por ocupar la antigua Macedonia; los serbios se llamaron al principio rasani por el río Rasa, sede de su dinastía medieval; y, finalmente, los búlgaros tienen el nombre de la tribu asiática que los había gobernado. Solamente los croatas impusieron su nombre a las viejas regiones: Panonia, Iliria, Dalmacia, Istria, etc.

Hoy día, estos argumentos podría parecernos un tanto candorosos pero en la época del "despertar nacional" cumplían el objetivo de Starcevic: hacer de Croacia el hogar de hombres libres y honestos, orgullosos de su origen.

Pero este "nacionalista", aparentemente tan pronunciado, no pretendía una expansión desmedida del territorio nacional. No tiene los rasgos del nacionalismo salvaje balcánico. Al contrario: en una oportunidad escribió que "no importa que Croacia tenga una hora de ancho y una de largo; lo esencial es que sea un libre hogar de gente feliz".

A los croatas que se arrodillan frente a los enemigos de Croacia los llamó despectivamente "slavo-serbi". Este término tiene reminiscencias a los "eslavos" y "serbios", pero él los usaba contra los croatas serviles. No había en él intolerancia nacional o religiosa. Su madre era de fe ortodoxa y, de sus dos sucesores, su sobrino y un croata de origen judío, él se inclinó hacia el último.

Sonó la restauración de la soberanía croata como una revolución ética: un patriotismo ético y elevado emancipará a la Nación por sí solo, ya que ni los Habsburgo, ni los húngaros u otros extranjeros, incluidos los de habla eslava, encontrarían en Croacia aliados o alguien que los obedeciera. Cuando los Habsburgo, después de las derrotas militares en Italia, se vieron obligados a reorganizar la Monarquía, convocaron al Sabor en Zagreb (1861) donde se discutió si a Croacia le convenía aliarse con Viena o establecer los viejos vínculos con Hungría (que en los tiempos del feudalismo funcionaron bastante bien).

Starcevic habló en el Sabor brillantemente, evocando las viejas glorias del Reino croata y la necesidad de renovarlas. Por lo tanto, no ir a Viena ni a Budapest. La felicidad del pueblo croata se logrará solamente en su estado independiente. El discurso fue recibido con entusismo: los diputados se levantaron de sus asientos para aplaudirlo, pero en la votación se buscó una solución realista: la mayoría opinó que más convenía revivir los vínculos con Hungría. Starcevic volvió a casa profundamente entristecido. Se dice que, a la mañana siguiente, amaneció completamente canoso.
Starcevic nunca llegó a casarse, pero tuvo una amante en la que pensaba día y noche y a la cual dedicó su vida entera: su patria, Croacia.

Si bien en el Sabor y en otras manifestaciones políticas, prevaleció lo que se llamó el "realismo" frente a la débil posición económica y cultural, a mediados del siglo XIX, la prédica de Starcevic fue imperecedera. Tanto los que creían en una alternativa, como también aquellos que creían en segundas o terceras, sabían que en cualquier caso habría que ir hacia una Croacia digna de su pasado o sea, ser dueña de su destino.

El más importante literato croata de las últimas décadas, Miroslav Krleza, de ideas izquierdistas pero antiestalinistas, que tuvo una enorme influencia en la juventud izquierdista croata entre las dos guerras mundiales, era un gran admirador de Starcevic, habiendo escrito bellísimas páginas sobre él. Esto, indudablemente, tuvo en efecto importante y perdurables en las mentes de sus discípulos, participantes en el régimen comunista.

Por esto, al cambiar el clima político en los países comunistas europeos ellos se plegaron, de inmediato, a las demandas para la democratización y para la devolución de los derechos de Croacia. Esta actitud los acercó a la oposición silenciosa -más bien silenciada y encarcelada- como también a los croatas que por motivos políticos vivían en la diáspora. En relativamente poco tiempo, si bien con enormes sacrificios, estas fuerzas combinadas logran obtener los dos objetivos marcados por Starcevic: la democratización de la vida política y la restauración de su Estado independiente.

El milagro croata - Velimir Radnic (primera parte)
El milagro croata - Velimir Radnic (segunda parte)
El milagro croata - Velimir Radnic (tercera parte)
El milagro croata - Velimir Radnic (cuarta y última parte)

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