El hombre
de los espejos
Corrían esos tiempos en que nadie veía a nadie, las personas
eran seres aislados, encerrados, llenos de miedos y desconfianza.
Un día por decreto desaparecieron los abrazos, los besos y
ya nadie podía tocarse. Eran tiempos inimaginables, de ciencia ficción, el
mundo casi deja de girar y todo se tornó eterno y sin sentido.
Los relojes ya no marcaban las horas, y los relojes de arena
despedían el tic tac de la era final, todos temían hasta de sus zapatos y su
sombra.
Los árboles ya no eran los mismos, las plazas, los mares,
los ríos, el agua, el aire y el cielo vestían estelas de soledad. Ya que nadie los habitaba, tal vez a seres de otras
dimensiones se les permitía habitarlos o transitarlos, todo era muy raro,
extraño y agónico, al menos para el humano promedio que se vió obligado a
permanecer en sus espacios físicos y pensar en sus eternas desventuras y ficciones mentales, recordando
y añorando otros tiempos.
El espacio se tornó infinito, lo que me llevó a la
conclusión que no vivíamos en ningún punto fijo. Porque si el tiempo es
infinito, estamos en cualquier punto del planeta. Al menos la dimensión cercana
a nuestros sentidos se había congelado. De noche, con escasos intervalos
esperaba los cambios, el insomnio me ganaba.
Casi como una tortura todo permanecía quieto y en silencio.
Todo era cruelmente abrumador, ya que
como simples mortales habíamos olvidado como vivir, trastocando y
convirtiendo en giros de significados absurdos, al tiempo, la comunicación, la
forma de relacionarnos.
Eso que alguna vez el hombre había decidido alterar y darle
un vacío significado, estaba distinto.
Real, y terrorífico a la vez, ya que en este momento nadie
le había consultado a las personas que se iban a mover sus férreas convicciones
ya descubiertas, las cifras y los algoritmos eran distintos, la ciencia no
alcanzó a descifrar este lúgubre e inminente destino ni tampoco supimos el
porqué.
Pero había algo que no se había transmutado, que quedaba
perplejo al súbito destierro, algo que supuestamente permanecía fiel e intocable, y eran los espejos, si ese
pedazo de vidrio que replicaba incesantemente imágenes y multiplicaba seres
desdichados y asustados de un día para el otro.
En el vidrio plateado se reflejaban humanos en la
incertidumbre, que se multiplicaban en diferentes formas geométricas,
circulares y errantes.
No existía el deseo de mirarse por temor a encontrarse con
ellos mismos en la nada en un modo eterno y triste.
Sin embargo pese a la
negativa, ese espejo los reflejaba y tal vez como una forma de permanecer
decidieron aferrarse a eso, tal vez en algún momento les devolvería la
esperanza de volver a lo que fue.
Había algo más estremecedor, que aturdía, y que era el
silencio, no era el mejor de los escenarios para pasar estos tiempos, pero
sucedió.
Decidí llamarlo el tiempo en que conocí al hombre de los
espejos, si, lo llamé así ya que eran de esos seres traídos de otro planeta,
que decidió habitar en las casas de la gente.
Podía ser posible que entre tanta oscuridad un reflejo
casero, con forma de hombre invadía diferentes hogares?.
Así es que cada mañana, tarde, y noche venía con diferentes
colores y sonidos variados, dejando perplejos a algunos, risueños a otros y a
otros un tanto amargos, tal vez enojados.
Nadie entendía la
razón porque en los espejos de sus
casas, aparecía ese tal señor, con diferentes trajes, unas veces, los traía de
color fuerte y otras tantas del color del cielo, color estrella luminosa con
variedad de olores y noches de verano. Y
se disponía a realizar diferentes malabares, contar cuentos, cantar canciones y
dibujar, mostrando el lado creativo y alentando al pensamiento propio y
natural. También enseñaba a cocinar. Aprender palabras nuevas, nos enseñaba a
conectarnos pero con nosotros mismos.
Algunos fuimos tocados como con varitas mágicas.
Sucedía que mientras las personas, aflojaban su
acartonamiento establecido por años de vivir en la opaca y aburrida ciudad y de
sus trabajos, lograban percibir, algo de alegría y felicidad en sus almas. Por
supuesto, no todos lo lograban, siempre existen esos que creen que no hay
motivos para generar curvas en sus rostros, porque se sienten más altos que las
estrellas.
Incapaces de bajarse de rodillas ante lo natural y
espontáneo porque su señoría tal vez nunca se los permitió.
Intenté en vano ver de dónde venía, donde vivía, o si era un
ser espectral de otra época, que llevaba una misión como la del Cuento de Navidad
de Dickens, lo que pude saber es que no quedaba casa, y espejo en que no
habitó. Por momentos pensé en algún artificio antiguo, o alguna sentencia persa
de vaticinios futuros, en donde dijeran que en algún momento los hombres
estaríamos en este punto del infinito y obligados a percibirnos de otra forma,
logrando conectar las emociones y aprender a relacionarnos desde el corazón. No
lo sé.
Me develó, durante este tiempo innominado de avatares
extraños, quién era el hombre del espejo, que claramente llevaba a cabo su
misión. Será la de hacer más feliz a los demás, o él mismo lo buscaba y se
extravió en algún universo milenario y necesita ocuparse con estos relojes de
arena?. Tampoco lo se.
Solo pude apenas entender, que el hombre de los espejos, un
día desapareció. Y esa vez ya mi reloj comenzó a funcionar otra vez, corrí a mi
ventana, y vi la calle llena de gente, autos, gente gritando y también gente
sonriendo, mirándome con ternura, tomados de la mano. Ayudando a otros, si
parecíamos otros, no parecía mi planeta de siempre.
Mire el calendario para asegurarme, fecha, lugar , y por
supuesto miré al espejo...
Cerré el libro, ya era muy tarde, me acosté a dormir, con un
poco de temor que todo esto que cuento alguna vez fuera realidad.
De pronto mi reloj se detuvo, ansiosa miré el espejo otra
vez, como quien espera que se cumplan las profecías.
Andrea Allassia
Marzo 2020
Tiempos extraños.
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